La risa, aunque se asocia a lo divertido e inofensivo, muchas veces aparece frente a situaciones de sufrimiento. ¿Por qué algunos ríen y bromean sobre el sufrimiento de los otros? ¿Qué vinculo existe entre la risa, nuestros temores y nuestros deseos?
El internet se ha convertido en uno de los principales medios para informarse. Ahí uno tiene acceso a noticias de todo el mundo, pero también a los comentarios que hacen los usuarios sobre las mismas. Podemos encontrar toda clase de comentarios. Los que hoy llaman nuestra atención son aquellos que tienen la capacidad de bromear o reírse de las más violentas, triste o dramáticas historias de sufrimiento, incluso sobre temas de violencia sexual a menores. Estos son los casos extremos de una lógica bastante más extendida. Solemos, por ejemplo, reírnos de los accidentes de otros o de los sustos ajenos.
La pregunta es ¿Por qué nos reímos de ese tipo de cosas? Ya sean las más inocentes, como alguien que se tropezó, o las más severas, como la muerte o el abuso.
Algunas de estas reacciones pueden explicarse desde personalidades perturbadas con rasgos narcisista y psicopáticos o desde la distancia emocional que dificulta empatizar con personas de otros grupos sociales u experiencias de vida. Pero, veremos que también la intensa conexión emocional puede explicar estas situaciones de burla aparentemente indolente. Para explicar esta asociación tendremos que comprender mejor en que consiste el humor y su vínculo con el deseo y el sufrimiento.
Hay muchas explicaciones sobre el humor. Desde la psicología, el humor ha sido considerado uno de los componentes de la resiliencia y un mecanismo de afrontamiento. Es decir, se lo considera una herramienta para afrontar situaciones difíciles y no dejarse vencer por las adversidades. De este modo cuando uno está pasando por una situación difícil resulta mejor bromear sobre ella, “más vale reír que llorar”. Bromear permite evaluar la situación como menos amenazante y no paralizarse. A menudo uno logra tomar distancia para luego analizar la situación con mayor claridad. Así se pasa de la broma a la reflexión y luego a la acción. Eso no siempre sucede.
Desde el psicoanálisis el humor actúa también como un poderoso mecanismo de defensa. Esto significa que nos permite expresar cosas que realmente pensamos sin que sean agresivas. Uno se queda con la idea de que “es solo una broma”, “no lo dije en serio” y de este modo baja la carga emocional y la intensidad de lo dicho o hecho. Socialmente el humor vuelve tolerable afirmaciones o hechos que jamás se aceptarían si fueran dichas como seriedad. La gente bromea, sobre la muerte, sobre el racismo, la xenofobia y mientras sean bromas parece estar autorizadas.
Desde esta perspectiva en el sujeto conviven pensamientos y deseos contrapuestos. En ese sentido, este tipo de bromas darían cuenta de dos pensamientos: Uno profundo e inconsciente, violento o masoquista, que de algún mudo se representa en la tragedia observada. Otro, moral, que reprocha esos pensamientos más oscuros. La broma es una forma de conciliar ambas ideas. Expreso lo que deseo, pero en modo de broma de modo que mi entorno y yo mismo podamos aceptarla.
De igual modo cuando vemos algo y nos reímos de ello, es una forma de decir “esto no es cierto”. Requerimos de la broma para procesar algo que sobrepasa nuestras posibilidades actuales porque o bien toca un punto de fragilidad y por tanto hay que reír antes de desmoronarse; o bien toca un deseo prohibido y por tanto hay que reír antes de sentirse culpable.
En todo caso eso de lo que nos reímos habla más de nosotros de lo que creemos. Reímos de bromas brillantes, pero también de lo que nos amenaza, de lo que nos hace sentir inseguros, y de nuestros deseos prohibidos.
Así cuando alguien se ríe de la violencia, por indignante que nos parezca, muchas veces tenemos a un sujeto que, por variables particulares, no está preparado para procesar la información que se le presenta. La risa ante la violencia no es necesariamente falta de empatía o muestra de una personalidad trastornada sino simplemente evidencia de nuestra propia fragilidad.
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Sobre el autor:
Miguel Flores Galindo
Jefe de la Oficina de Formación Humanista de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.