El deterioro de la vida familiar está directamente relacionado con el deterioro de las condiciones de trabajo. Cuando las jornadas son extendidas, con alta exigencia física y pagos exiguos, las posibilidades de cubrir las necesidades básicas del hogar y llevar una vida familiar armoniosa son escasas.
El dolor del pueblo se ve, dijo una mujer indignada, de pie, con voz fuerte ante la frustrada mesa de diálogo instalada por el gobierno para buscar una salida al paro agrario de los trabajadores de la agroindustria en Ica. En el marco del modelo económico peruano basado en la exportación de materias primas y la agroindustria, nuestros gobiernos de las últimas décadas se han empeñado en promover la actividad minera, petrolera y agroindustrial favoreciendo a grandes empresas e inversionistas extranjeros, aunque estos beneficios no aseguren los derechos laborales de sus trabajadores.
Solo en Ica se estiman 80,000 trabajadores en la agroindustria y según Conveagro se trata de 300,000 trabajadores en todo el país. Podemos estimar alrededor de un millón de niñas y niños cuyo sustento depende de los ingresos que sus madres y padres llevan a casa, con quienes se encuentran por unas horas en las noches y los días domingo. El deterioro de la vida familiar está directamente relacionado con el deterioro de las condiciones de trabajo de los proveedores en el hogar. Cuando las jornadas son extendidas, en condiciones de alta exigencia física, con precariedad en los beneficios laborales y pagos exiguos, las posibilidades de cubrir las necesidades básicas del hogar y llevar una vida familiar armoniosa son escasas.
Otra es la realidad de trabajadores procedentes de zonas rurales que abandonaron sus comunidades con la ilusión de darle a sus hijas e hijos nuevas oportunidades, y a quiénes sólo visitan esporádicamente. Aquellos que migraron con sus familias, se sometieron a nuevas condiciones de vida totalmente distintas a las de sus pueblos de origen, sobrepoblando las ciudades costeras del sur. Surgen nuevas dinámicas familiares y sociales en el tránsito de comunero en chacra a empleado de la agroindustria en condiciones de precariedad.
Como siempre, las mujeres trabajadoras en esta actividad llevan la peor parte, como lo revelan varias investigaciones. Cuando llegan a casa seguirán asumiendo las labores domésticas y el cuidado y atención de sus hijas e hijos con el cansancio a cuestas. Durante el día esta labor será encargada a las hijas mayores, a las hermanas o abuelitas, o pagando a una vecina. Y así, serán otras mujeres las que asumirán el trabajo doméstico ante la prolongada ausencia de las madres cabezas de hogar.
No es de extrañar, el sentimiento de explotación de las y los trabajadores de la agroindustria, cuando comparan la vida que llevan con la de los propietarios de los fundos. Imposible no empatizar cuando reclaman justicia, frente a una Ley de promoción agraria que les niega derechos para el enriquecimiento de los propietarios. Cómo dejar de pensar en sus hijas e hijos cuando madres y padres amanecen y se acuestan para un trabajo que ya no compensa, que ya no dignifica. El dolor es grande y sólo ellos lo sienten intensamente, los demás podemos verlo si queremos, difundirlo en las redes, solidarizarnos y hacer eco de esas voces profundas que sienten el olvido en la piel.
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Sobre el autor:
Rossana Mendoza Zapata
Docente de la Escuela de Educación de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya