La educación superior revoluciona la vida de nuestros jóvenes andinos y amazónicos, sin que ello signifique su alejamiento de su cultura. Les da herramientas y posibilidades para pensarse nuevamente en el mundo y en muchos casos con la firme decisión de volver a sus comunidades y trabajar por una verdadera transformación.
Ingresar a la universidad o a un instituto superior es un sueño para los miles de jóvenes que concluyen con esmero su secundaria. La mayoría comparte este sueño desde niño y es comprensible, porque los medios de comunicación y los profesores en las escuelas se lo han repetido muchas veces: son los profesionales los que triunfan, los que gana plata, los que pueden mover las industrias o convertirse en autoridades. La realidad es que la educación que muchas niñas, niños y jóvenes reciben no les dará lo necesario para enfrentar un examen de admisión y luego sostenerse en la vida académica. Y los sueños, sueños son, aunque sean prestados.
Si lo piensan bien, es muy cruel que la sociedad en general introduzca un sueño imposible que solo traerá frustración, pero no es lo único, lleva implícito la subalternización de otras apuestas por la vida no-profesional, colocando en segundo lugar las carreras técnicas, en tercer lugar, los oficios y en cuarto lugar sin medalla ni mención honrosa las actividades agropecuarias y forestales. Así está estratificada nuestra sociedad, la valía y las oportunidades están directamente relacionadas al lugar que ocupa un ser humano en la sociedad y son directamente proporcionales a los títulos alcanzados a través de la educación. No importará cuanto conocimiento tiene, si es que esos conocimientos carecen de estatus como ciencias de la “razón”. En las puertas de las aulas quedan las sabidurías que las y los abuelos les entregaron, las lenguas originarias, las lecturas de las señas que dan la naturaleza y los astros, y el poder de las plantas, animales y seres no humanos.
Pero, muchas y muchos jóvenes que alcanzan la educación superior, con grandes esfuerzos personales y familiares, resisten consciente y decididamente con la fuerza de su legado cultural. Es el caso de estudiantes de Beca 18 que desde sus colectivos se reafirman en sus identidades culturales: produciendo textos en sus lenguas, levantando sus voces críticas, analizando sus propias realidades, tomando postura frente al cambio climático y lo que acontece en el país y en el mundo. Es cierto, son otros jóvenes andinos y amazónicos, la educación superior obra en ellos en todo sentido, pero les ha dado herramientas y posibilidades para pensarse nuevamente en el mundo y en muchos casos con la firme decisión de volver a sus comunidades y trabajar por una verdadera transformación.
No obstante, quedaron en los pueblos la mayoría de las y los jóvenes andinos y amazónicos a lado de sus familias, cargados de sabidurías tienen un lugar muy importante en sus comunidades. Es a ellos a quienes debemos honrar por defender la tierra, el agua y los bosques. Ellos y ellas siempre han luchado preservando la vida en la naturaleza que a fin de cuentas nos beneficia a todos,pero en el contexto de la #EmergenciaClimatica, es especialmente significativo y será un motivo más para marchar el 20 de setiembre a las 3 pm. Desde el Campo de Marte convocados por el Movimiento Ciudadano Frente al Cambio Climático – MOCCIC.
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Sobre el autor:
Rossana Mendoza Zapata
Docente de la Escuela de Educación de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya