Ninguna peruana o peruano quiere ser una víctima de la pandemia o de la crisis económica, tampoco cómplices del fallecimiento de nuestros familiares más vulnerables. Urge disponer de los recursos del Estado para que lleguen directamente a las familias que más lo requieren.
Por pocos días el escenario político quedó ocupado por intentos frustrados de vacancia distrayendo la atención del gobierno y de todos nosotros de lo que realmente importa: la aprobación de la nueva ley de trabajadoras y trabajadores del hogar, el tramite efectivo a las acusaciones de corrupción de varios políticos, la entrega de los bonos, el abandono del sistema educativo por parte de niñas y niños, justicia para los cuidadores de los bosques amazónicos asesinados por traficantes de madera y mineros informales, entre otros tantos aspectos que golpean a la ciudadanía. En su lugar somos convidados de piedra de una penosa función de titiriteros del poder.
En las calles, peruanos y extranjeros que han quedado desempleados, que ya no tienen cabida en el mercado informal o cuyos medios de vida están en el arte u otras profesiones imposibles de llevar adelante, luchan a diario por su sobrevivencia y la de sus familias. En una esquina una mujer de mediana edad con el rostro desencajado me ofrece unos chocolates diciéndome: No sé qué más hacer. Unos jóvenes ejecutan sus instrumentos musicales mientras tres mujeres bailan al son en las calles de Jesús María, esperando que saliéramos de nuestras casas a alcanzarles dinero o alimentos, porque el aplauso para estos artistas no es suficiente. Desde las ventanas del internet, jóvenes estudiantes universitarios ofrecen gorritos tejidos a mano, mesitas para computadoras, chocotejas y queques hechos en casa, porque falta dinero y hay que ayudar, sin contar los miles que han postergado sus estudios superiores.
La lista es interminable y la ayuda no llega, sus nombres no están entre los beneficiarios del bono, (aunque insignificante, sería un paliativo). A lo lejos, en las comunidades y barrios periféricos de las ciudades, las niñas y los niños se van agotando de seguir el programa Aprendo en Casa, sin TV, sin computadora, con poca o nula señal de internet, anhelando el encuentro con sus compañeros, el recreo y el desayuno del Qaliwarma. Sus madres y padres van perdiendo la esperanza de salvar el año escolar conscientes que es poco lo aprendido, tal vez diciendo: No sé qué más hacer. Lo mismo dirán los maestros ingeniosos que se han inventado mil y una estrategias para acompañar a sus estudiantes a distancia, y que a veces terminan convirtiéndose en implacables perseguidores tras las evidencias que les solicita la supervisión.
Ninguna peruana o peruano quiere ser una víctima de la pandemia o de la crisis económica, tampoco cómplices del fallecimiento de nuestros familiares más vulnerables, como se nos hace creer a través de la antipática campaña del gobierno. Se requiere disponer de los recursos del Estado para que lleguen directamente a las familias que más lo requieren y puedan adquirir lo necesario para vivir; subsidios para los agricultores; créditos blandos y flexibles para los pequeños empresarios; servicios de salud, saneamiento y educación; y la protección y atención inmediata a los sectores más vulnerados como son las niñas y niños, las mujeres violentadas y los adultos mayores.
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Sobre el autor:
Rossana Mendoza Zapata
Docente de la Escuela de Educación de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya