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4 mayo, 2020

[Artículo RPP] Rossana Mendoza: ¿Nos vamos o nos quedamos?

Hoy, con la pandemia, las desigualdades se muestran más nítidas que nunca. Basta conocer solo a un par de jóvenes provincianos becarios de Pronabec para comprender las verdaderas dificultades de la educación virtual.

Como muchos docentes, estoy desafiada por la educación virtual para seguir brindando el servicio educativo en la universidad donde laboro. No es fácil, hay que adaptarse, ser creativos y dedicarle el triple de tiempo en comparación a las acostumbradas clases presenciales. Los estudiantes también están desafiados, deben lograr resultados evidenciados semana a semana y eso implica organización y autodisciplina.

La modalidad virtual es posible en tanto docentes y estudiantes tengamos capacidades para la adaptación y adquisición de nuevas herramientas y recursos de enseñanza y aprendizaje, pero además contar con las condiciones tecnológicas que la virtualidad requiere. Aquí comienzan los problemas. Cuando empezó la cuarentena a mediados de marzo, buena parte de mis estudiantes, becarios del Estado, se quedaron en sus pueblos algunos sin computadora. Los que tienen celulares de alta gama, lo usan como herramienta de estudio y los que no, se prestan computadora o celular de un familiar o vecino, pero lo complicado viene con la señal de internet, que algunos consiguen desplazándose lejos. Me contaba uno de ellos que estuvo un día sancionado por las autoridades por haber traspasado los linderos; otra estudiante caminó 14 horas desde su comunidad hasta la capital de la provincia esperando conseguir mejor conectividad; y supe de otro estudiante que caminó 4 días para llegar a la capital de la región desesperado por acceder a sus clases virtuales. Qué paradoja, unos queriendo llegar a las comunidades y otros queriendo salir para contar con internet.

Son historias reales que confirman la movilidad constante que hay en el interior, que es silenciosa y riesgosa porque evitan los controles por caminos de herradura fuera de las carreteras, exponiéndose a toda clase de peligros ¿Acaso se justifica el sacrificio para no desaprobar los cursos y perder la beca del Estado?  Los becarios que cumplen cuarentena en Lima tampoco la tienen fácil, viven en cuartos pequeños, sin cocina para preparar sus alimentos, porque la subvención de la beca no alcanza para más. Sin familia y lejos de sus pueblos, los paisanos y amigos eran el soporte emocional, hoy quedaron aislados en cuartos de 5 o 6 metros cuadrados sin contacto alguno.

No me cansaré de repetir, las desigualdades se muestran más nítidas que nunca, y está vez pone a los jóvenes provincianos becarios de Pronabec en una difícil disyuntiva: volver para estar con sus familias con el riesgo de no poder llevar sus cursos satisfactoriamente, o quedarse en Lima solos y emocionalmente abatidos. El Programa Beca 18 no puede soslayar esta realidad en medio de la crisis sanitaria, esperemos que la tomen en cuenta para impedir la deserción de becarios, a quienes tanto les ha costado insertarse en la educación superior y en quienes está depositada la esperanza de miles de familias y comunidades que graduarán un profesional por primera vez. Urge, asegurar conectividad de internet y equipamiento con computadoras en las comunidades andinas y amazónicas para que la educación virtual sea posible. Esto ha sido demandado por las organizaciones indígenas y campesinas y debe ser atendido.

 

Lea la columna de la autora todos los viernes en RPP.pe

Sobre el autor:

Rossana Mendoza Zapata 

Docente de la Escuela de Educación de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya

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