El afán actual del brazo corrupto crónico de nuestro país es dividirnos, es intentar reescribir nuestra historia haciendo que perdamos la perspectiva de un Congreso desprestigiado, que lucha para no ser disuelto.
Esta semana que transcurre nos ha traído elementos que vienen ocurriendo sistemáticamente desde hace varios años en nuestra sociedad. No tendríamos que ir más lejos que el inicio de este gobierno, cuando Pedro Pablo Kuczynski tenía una larga oposición desde el Congreso. Podemos reconocer elementos de un mismo patrón al hacer un poco de memoria.
Diera la impresión de que a la opinión pública le es mejor dado estar dividida, fragmentada y desarticulada, es decir, que se pelee entre sí, para perder de foco los problemas realmente importantes. En este sentido, pareciera que fueran el caos, el desorden y la obscuridad de intenciones los verdaderos motores de una nación, que, como se sabe, parece favorecer a intereses “amigos” del poder, en lugar de cumplir su función sagrada.
Ejemplo de esto puede encontrarse en un fenómeno insólito que viene dándose en el “sótano” de nuestro Congreso. Poco a poco, se ha ido evidenciando el gran número de trabajadores que ha ido adquiriendo el Estado en sus diversas instancias y sectores; si fuera para lograr un país mejor, no habría lugar a reclamo, pero cuando el Estado toma el impuesto de nuestros bolsillos y les paga a sujetos que infunden mentiras, calumnias y desinformación para una gobernabilidad calculada y manipuladora, luego, tenemos un problema serio de conformación y sentido.
Fue el caso de Walter Jibaja, exedecán de Alberto Fujimori y otrora responsable de la campaña de Keiko Fujimori. Llegó a ser encargado de la seguridad del Congreso y luego renunció a la jefatura tras atacar, vía redes sociales, a periodistas y personas que no compatibilizaban con el fujimorismo.
Si eso es grave, nos espera algo más; existe un grupo que intenta reescribir una historia que, por otro lado, deberíamos tener bien presentes hoy y siempre: la de nuestro país como penetrado por la corrupción de modo crónico. La escuela de comando fujimontesinista enseña que la historia judicial de Alberto Fujimori y el fujimorismo como la plaga que copó la salita del SIN, son hechos inexistentes; es decir, que la historia de corrupción destapada más infame antes que Lava Jato, y que generó la marcha de los cuatro suyos, no existe, no sucedió y es un invento de sus enemigos políticos. Quizás por eso es que nos explicamos que el informe Kroll se haya perdido en el Congreso hace muchos años, aunque por suerte un buscador sagaz pueda recuperarlo de los archivos de internet. Así, todo escándalo memorable es desmentido (los MIG29, los lingotes de oro, los estudios –hasta ahora inexplicados – de Keiko Fujimori, las esterilizaciones forzadas, y un amplio… demasiado amplio, etcétera).
El afán actual de dicho brazo de los intereses más obscuros de nuestro país es dividirnos, es perder de perspectiva a un Congreso insólito y desprestigiado, que lucha para no ser disuelto, pero que mucho ha hecho para merecerlo. Bajo esa estrategia se acusa al presidente de incapaz o tibio, pero no perdamos de foco que, si se busca adelantar las elecciones, no es por otra cosa que los personajes de nuestro Congreso, los que dan la cara y los que se ocultan para atacar, en suma, corresponden a un grupo que no solo puede generar antipatía, sino que estamos compelidos a cumplir el deber de no permitir que agendas tan infelices nos dirijan nunca más.
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Sobre el autor:
Soledad Escalante
Docente principal de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanasen la Universidad Antonio Ruiz de Montoya