Tras la aprobación de la Ley de la Trabajadoras y Trabajadores del Hogar, que establece un sueldo y una edad mínima para desempeñar el trabajo, nos preguntamos por el cuidado y por qué es necesario pensarlo desde la perspectiva de género interseccional. Esta ley es solamente un punto de partida.
El cuidado es un trabajo que tiene tres dimensiones: una es material (corpórea), otra es emocional y la tercera es económica. Cuidar a alguien implica sin ninguna duda un costo con dimensión económica. Es una actividad relacional y es esencial para el mantenimiento de la vida humana en los lazos sociales. Todos los seres humanos necesitan y reciben cuidados a lo largo del curso de la vida. Pero el cuidado, a pesar de tener una base universal, se ha organizado de una manera muy diferente a lo largo de la historia y entre las diferentes sociedades.
Quien mejor explicó esta necesidad básica de las personas y de la sociedad en relación al cuidado fue la antropóloga estadounidense Margaret Mead hace varias décadas atrás. Un estudiante le preguntó: ¿cuál sería la primera evidencia de civilización en la cultura antigua? A lo que Mead respondió que el primer signo de civilización de la cultura fue un fémur que se rompió y luego sanó. La antropóloga explicó que si un animal se rompe una extremidad entonces peligra su vida ya que no puede escapar del peligro. Ningún animal sobrevive a una extremidad rota el tiempo suficiente para que el hueso se sane. En cambio, decía Mead, el fémur roto y curado es la evidencia de que alguien se quedó con la persona, vendó la herida y la llevó a un lugar seguro para cuidarla durante la recuperación. Cuidar a alguien que necesita de cuidado marca para ella el comienzo de la civilización.
Cuando se piensa el cuidado remunerado o no, es ineludible hacer uso de la perspectiva de género ya que la mayor parte de las personas involucradas con este tema son las mujeres y es importante entender por qué son ellas las principales protagonistas de las tareas del cuidado ¿Por qué? ¿cómo y qué consecuencias tiene que se haya establecido esta desigualdad de género? Es muy importante pensar el cuidado con una perspectiva que lleve en cuenta a la multiplicidad de desigualdades que se cruzan con raza, clase y género, y crean diferentes posiciones jerárquicas en las actividades de cuidado.
El trabajo doméstico remunerado es una ocupación significativa en el Perú pero también una de las más precarias que hay en el mercado de trabajo. Sus salarios, seguramente en muchos casos, siguen siendo inferiores al sueldo mínimo vital y las condiciones informales en las que realizan su trabajo permiten que las mujeres se encuentren desprotegidas. Hay que tener en cuenta que las trabajadoras domésticas delegan el cuidado de sus hijos o hijas a sus familiares o amigos. De esta manera se produce una cadena de cuidados con fuertes marcas de raza, de clase y de género. Es tarea pendiente, a partir de la promulgada ley, observar las dinámicas de injusticia que hay detrás de los distintos oficios en el Perú y su fuerte marca de desigualdad.
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Sobre el autor:
Soledad Escalante
Docente principal de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanasen la Universidad Antonio Ruiz de Montoya