¿Es posible ponerle precio a todo? No lo sabemos y no debería, pero nuestro dolor cuesta y eso nadie lo podrá negar. Es un tiempo difícil pero pertinente para pensarnos como un Estado que no contempla a sus diversas naciones encapsuladas en una estructura vulnerable porque no otorga ni reconoce dignidades.
El precio de categorizar a las diversas naciones, que se encuentran en el territorio peruano, como indígenas y creer que es una categoría cultural más no una categoría política que pone en entredicho los supuestos y la legitimidad misma del Estado es demasiado alto. Ahora mismo pensar en la vulnerabilidad de casi todas ellas es también interrogarnos desde una práctica deconstructiva acerca del siempre colonizador “problema indígena” ¿Las naciones dentro del Perú cuentan con un Estado que los respalde o resguarde su autonomía? ¿El pacto es exclusivo entre el Estado y un individuo concreto o lo es con la nación y su colectividad? ¿La existencia de naciones con sus propias autonomías y colectividades atentan contra el proyecto del Estado mismo?
El precio del buen vivir no es equivalente al de la dignidad, sino que va más allá. ¿Queremos ir hacia el primer mundo o queremos que el primer mundo se sostenga de territorios como el nuestro? La construcción de la respuesta siempre ha aglomerado muchos problemas pero, ¿acaso existe un problema real frente a la idea del buen vivir? No existiría en su fin último pero sí ocurre cuando vemos que las políticas públicas se encuentran siempre ausentes cuando se trata de las naciones indígenas.
El precio de las prioridades en el Perú del 2020 es más elevado porque nunca se pensaron las prioridades como una necesidad palpable en medio del olvido. Ahora, la crisis sanitaria es indudable, pero la crisis alimentaria lo es más y parece ser que el Estado no lo contempló porque sigue mirando de reojo la “respuesta comunitaria” (rondas campesinas, clubes de madres, juntas vecinales, asambleas comunales, la federación de regantes, productores, ollas comunes) que plantea el defensor del pueblo, Walter Gutiérrez. Esta respuesta comunitaria que antecede al mismo Estado es el buen vivir que todos buscamos y necesitamos. Hacerle caso omiso resulta siendo suicida en esta pandemia y no solamente hoy sino siempre.
El precio del nosotros encerrado en ocho letras es más de lo mismo. Hasta el 4 de agosto pasado, la Red Eclesial Panamazónica (REPAM) y la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA) documentaron 34,598 casos de indígenas contagiados de COVID-19 en la región. Además, se había registrado 1,251 fallecimientos. La pandemia estructural está en su pico más alto, por ahora, y nos interpela a buscar soluciones inmediatas que incorporen la idea del buen vivir, más allá de pagar el precio de una cura inmediata pero no perenne.
El precio del olvido no es ‘monetizable’ y las respuestas a las preguntas planteadas en esta columna parecieran obvias, sin embargo, la ausencia como elemento íntimamente ligado al Día Internacional de los Pueblos Indígenas debería ser desterrado de nuestra construcción identitaria. No somos un nosotros si aún nos cuesta pensar en el precio de la posibilidad, mucho menos lo seremos si el nosotros deja en el olvido la noción de buen vivir para muchos y lo remarca para pocos.
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Sobre el autor:
Soledad Escalante
Docente principal de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanasen la Universidad Antonio Ruiz de Montoya