El fútbol, a muchos hombres y mujeres, no les dice nada, es cierto. Sin embargo, a quienes sí les impacta en su vida puede que encuentren en la reciente participación de Perú en la Copa América un arquetipo de cómo hacer las cosas bien.
El domingo 7 de julio, la selección peruana obtuvo la medalla de plata en el campeonato de fútbol de la Copa América. Una noticia que, incluso en aquellos que se hallan lejos de ser fanáticos de este deporte, ha dejado una sensación de conformidad con el equipo representante de la nación. En ese sentido, si bien puede faltar experticia futbolera, existe una evaluación crítica de cómo se han hecho las cosas en nuestro fútbol.
La idea principal es que “no es tan importante ganar”, como sí lo es “ganar de la forma adecuada”. Insisto, en el fútbol existe una frase verdadera para cada encuentro: “solo importa el resultado”, pero cuando el resultado se obtiene tras el enfrentamiento contra otras once escuadras, este solo sirve para ocultar defectos y reconocidas limitaciones. No ha ocurrido esto con el seleccionado patrio. A pesar de algunas derrotas, el grupo logró llegar a la final y, como se dijo, la hinchada no siente que ha sido obra de la suerte ni de chamanes ni de que “se puso lo que hay que poner” sino de un trabajo coordinado, estudiado, sensato y con ciclos de aprendizaje bien definidos; porque incluso cuando “se pone lo que hay que poner”, pero no se sabe a qué se juega, se termina con el riesgo de hacer el ridículo.
La selección peruana de fútbol, que no es el tema más importante de esta nación peruana tan abarrotada de problemas, nos presenta un arquetipo de acción, arquetipo que puede servir a las personas que se sienten más involucradas con este deporte, sobre todo, jóvenes y niños. Simplificando las palabras, podríamos decir que la naturaleza de un equipo de fútbol es, precisamente, el juego colectivo; y que su finalidad, sin duda es ganar; pero que su virtud es, sobre todo, ganar bien. Perú ganó con juego colectivo y perdió también como grupo, no por errores individuales, sino por la supremacía de ciertas escuadras que hace tiempo hacen bien las cosas; Perú ganó los encuentros que tenía que ganar y aprendió de las derrotas; Perú, finalmente, ganó porque se preparó para la victoria.
La virtud no se mide, pues, es un solo acto, sino en la acción, que es la suma de un acto, un fin y un modo de lograr el fin. De este modo, no hubiera importado nada la clasificación a un mundial, si acaso en la Copa América no se obtenía buenos resultados. Este proceso de cuatro años, con caras visibles a la cabeza del mismo, es un ejemplo de la sensación de que la selección “hizo lo que se esperaba de ella”, no fue un milagro, fue consecuencia directa de ciertas acciones llevadas a cabo con la suficiente excelencia.
El fútbol, a muchos hombres y mujeres, no les dice nada, es cierto. Sin embargo, a aquellos que sí les impacta en su vida, puede que en los hombres que integran el grupo de la selección encuentren un arquetipo de cómo hacer las cosas bien. Por supuesto, se deben hacer extrapolaciones para pensar cómo la buena campaña de la selección, la actuación con buen carácter de cada jugador, y la capacidad para sobreponerse a la derrota y el temor que genera puede decir algo de nuestras acciones en el juego de la vida. Eso ya es trabajo de cada individuo, pero la comparación puede hacerse.
¡Arriba Perú!
Lea la columna de la autora todos los miércoles en Rpp.pe
Sobre el autor:
Soledad Escalante
Docente principal de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanasen la Universidad Antonio Ruiz de Montoya