La aparición intempestiva de la Covid-19 y la correlativa emergencia sanitaria nacional interrumpieron nuestros planes inmediatos. La incertidumbre que vivimos podría afectar nuestros proyectos a futuro ¿Siguen siendo viables nuestros proyectos de vida?
Una buena vida, dice Aristóteles, se consigue a través de la práctica del autoexamen: en la medida en que tomamos conciencia de nuestra historia personal, de nuestro recorrido, de nuestras motivaciones más profundas, de nuestro horizonte de realización, mejor preparados y dispuestos podemos estar para conseguir nuestras metas y nuestros objetivos. La experiencia nos enseña que mientras más organizados estemos en la administración de nuestro tiempo, mayor provecho podemos obtener de nuestras capacidades y aptitudes: el orden repercute en nuestra estabilidad anímica y nos permite cumplir oportunamente con nuestros compromisos y disfrutar del tiempo libre. No es una receta absoluta, por cierto. Es más sencillo enunciarlo que lograr el orden y vivir conforme a él.
El orden siempre es un desafío: se requiere formar el carácter para alcanzar la disciplina que se necesita para cultivar el orden y volverlo cotidiano. El desafío es continuo, permanente. Visto desde afuera, la aspiración de una vida ordenada puede dar la impresión de que hace claudicar a la libertad y que suprime la espontaneidad de la vida cuando la sacrifica a un orden arbitrario, preconcebido y antinatural. La responsabilidad, el compromiso y el respeto exigen, sin duda, una cuota de esfuerzo, sacrificio y desgaste de energía. Por lo tanto: cansancio, dolor y fatiga. Pero hasta las experiencias gratificantes más simples suponen el proceso evolutivo de la toda la humanidad que nos ha precedido: el sustrato existencial para nuestra comprensión actual.
La capacidad para comprender la historia personal en el flujo de la historia universal supone la formación de la conciencia histórica, continua Aristóteles. No se trata de mirar al pasado con mirada de anticuario. Tampoco de perderse en la fugacidad del presente. Se trata, antes bien, de hacerse cargo de la apertura al futuro que nos confirma cada día que empieza y que nos confirma la esperanza con la que nos fuimos a dormir la noche anterior: el futuro es un horizonte por labrar, experiencia nueva por vivir, cita a la que llegar, clase que hay que dictar con puntualidad. Bien visto: el futuro es ese proyecto que tenemos en mente y por el que estamos dispuestos a muchos desvelos. Y si bien es cierto que un proyecto puede ser íntimo y personalísimo, ello no impide concebir proyectos sociales y colectivos: tal es la esencia de la política.
¿Cuál es nuestro proyecto de vida ahora? ¿Cómo repercute en él el surgimiento de la Covid-19? Cuando Jorge Basadre reflexionaba, hace ya más de medio siglo, sobre el Perú como problema y posibilidad pensaba en la necesidad de un proyecto de país en el que hubiera justicia y equidad: un país de ciudadanos virtuosos todavía lejano y quimérico. La Covid-19 ha puesto en evidencia hasta qué punto el Perú se revela una vez más como una sociedad fragmentada, injusta, inequitativa e insolidaria. La ralentización de la vida social y la suspensión temporal de las actividades habituales brindan ocasión para que nos detengamos a contemplar la vida que veníamos llevando: ¿la queremos de vuelta?, ¿buscamos algo nuevo?
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Sobre el autor:
Soledad Escalante
Docente principal de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanasen la Universidad Antonio Ruiz de Montoya