Ahora contamos con octógonos que nos advierten que un producto es alto en grasas saturadas y azúcares, con ello se nos conmina a reducir su consumo, pero sabemos ¿cuánto es excesivo? ¿No se nos debería enseñar eso en las escuelas en lugar de solo operaciones abstractas?
Muchas sustancias benéficas, en exceso, se vuelven contaminantes. El anhidrido carbónico atmosférico, por ejemplo, es la materia prima que emplean las plantas para producir alimentos y además entibia el planeta. Pero su emisión descontrolada está provocando catástrofes.
Del mismo modo, el ambiente interior de nuestros cuerpos puede verse asfixiado con nutrientes, si los consumimos en exceso. La mala alimentación es una suerte de contaminación hacia adentro.
Hace pocas semanas, se empezó a pegar octágonos en productos comestibles procesados, con advertencias: “Alto en tal cosa / Evitar su consumo excesivo”. Y ahí empieza el problema, porque ¿cuánto es excesivo?
La respuesta precisa requiere datos y matemáticas[1]. Nuestras escuelas, lamentablemente, confunden teoría con práctica. Aprendemos operaciones abstractas en lugar de aprender a calcular los requerimientos de una dieta sana.
Simplificando mucho, imaginemos que usted es una persona adulta, de contextura media, que ejercita su cuerpo de modo moderado, día de por medio. Una persona así necesita consumir alrededor de dos mil kilocalorías diarias de energía, sumado todo alimento. Si es más sedentaria o pequeña, debe comer menos; y viceversa. Niños, adolescentes y gestantes tienen requerimientos especiales porque deben sumar biomasa.
Pero si usted consume habitualmente harinas, azúcares y grasas por encima de sus requerimientos energéticos, su organismo no alcanzará a procesar tantos nutrientes. Empezarán a aparecer en concentraciones peligrosas en la sangre y a acumularse en los tejidos. Como resultado, verá su salud y desempeño desmejorados; más gravemente según pasen los años. Si además fuma o está sometida a tensión nerviosa crónica, tendrá una vida mala, corta y cara.
La consecuencia más evidente de la autocontaminación con comida es el sobrepeso. Nuestras articulaciones y nuestro sistema circulatorio sufren mayores esfuerzos; perdemos agilidad y aumenta nuestro riesgo ante cualquier emergencia que nos exija despliegues físicos. Es un problema de salud; no un problema moral ni estético.
Otros efectos, devastadores, operan sin ser vistos. El exceso de azúcar puede desencadenar diabetes, un mal crónico que llega a ser mortal. El exceso de sodio (sal) agrava la hipertensión arterial, que desbarata silenciosamente los órganos vitales. Distintos males suelen combinarse (el cuerpo es un solo templo).
Los comestibles ultraprocesados ofrecen, concentradas y en grandes cantidades, azúcares, grasas y sal. Apelan —para vender— a nuestra simpatía evolutiva por los sabores de los alimentos naturales más nutritivos. Pero evolucionamos en escasez, no en abundancia. Ante la sal y el dulce, muchas veces no sabemos cuándo detenernos. Esto también puede ocurrir en hogares y restaurantes, de modo que necesitamos gobernar nuestra alimentación integralmente. Es ridículo tomar una bebida “cero calorías” con un platón de seco bien salado.
Aprenda a reducir (no eliminar ni maldecir) el azúcar, las grasas y la sal. Obtendrá eso que solo creen que tienen los peruanos: un sentido del gusto refinado. Los octágonos están para ayudarle: si los encuentra en productos que compra normalmente, reduzca su consumo de manera significativa (a la mitad o menos, por ejemplo) o busque otros productos menos dulces, menos grasosos o menos salados ¡Jamás cambie a productos todavía más artificiales! Y goce de su cuerpo, libre de trucos comerciales y de contaminantes evitables.
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Sobre el autor:
Ernesto F. Ráez Luna
Docente de la carrera de Economía y Gestión Ambiental de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.