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26 julio, 2021

[Artículo] Sandra Pinasco: Un tiempo para doler

 La vida está volviendo a una nueva normalidad y con ello la posibilidad del duelo empieza a desaparecer. La realidad se impone: de nuevo hay tráfico a todas horas, cada vez más trabajos regresan a la presencialidad, finalmente existe la posibilidad de que los niños regresen a clases, así sea de manera parcial. Y aunque se hayan adoptado algunas costumbres nuevas como llevar siempre mascarilla, reducir el círculo de personas cercanas con quienes se sale o evitar salidas innecesarias, en general, pareciera que la vida reinicia. Pero para quienes han perdido a un ser querido, o a más de uno, ese reinicio los condena al silencio.

La dictadura de la vida cotidiana obliga a seguir adelante y cada vez el tiempo que tenemos para llorar a nuestros muertos es menor. La modernidad atropella con su velocidad los momentos de introspección, de silencio y el duelo es un estado que puede requerir de ambos. Más aún, en las sociedades contemporáneas en las que el contacto suele producirse a través de algún medio digital, las posibilidades de acompañar a quien así lo necesita se reducen dramáticamente.

En medio de la incertidumbre cotidiana y el empleo precario es comprensible que las necesidades del día a día reduzcan o incluso extingan la simpatía por quienes están de duelo, de manera que, al mes de la pérdida, o a los seis meses como mucho, ya estamos exigiendo que produzcan de nuevo, que se reinserten como miembros de la sociedad. Y quizá simplemente no pueden o no deben, porque un duelo no cumplido se arrastra por años. Queda como una herida emocional que se vuelve a abrir cada vez que un recuerdo de la persona perdida nos asalta o simplemente como una carencia interna que no nos permite “seguir adelante” como todos recomiendan, por mucho que se intente.

Hemos sido testigos y muchos han experimentado personalmente la muerte de los mayores, de los padres, abuelos o bisabuelos que por ley natural suelen morir antes que nosotros. Solo nos volvemos adultos cuando nuestros padres fallecen, dice Philip Roth en Patrimonio. Solo ahí asumimos las responsabilidades y preocupaciones que antes llevaban por nosotros, por lo que el duelo que sufrimos no es solo por la pérdida de la persona que murió que todavía tenía años de sabiduría, de escucha, de paciencia que las generaciones más jóvenes no tenemos, sino por quien hemos dejado de ser para asumir esta nueva identidad.

Por eso necesitamos como individuos y como sociedad darnos un espacio para llorar, para doler, para recordar, para acompañar a quienes duelen; aunque pensemos que quien llora no tendría que llorar, porque nunca fue cercano o que quien duele ya debería estar de pie, porque ya estuvo bueno eso de ponerse triste. Los vínculos que están a la base de todo duelo y los tiempos que le podamos dedicar a este proceso son absolutamente personales y deberíamos respetarlos y acompañarlos en silencio.

 

Artículo publicado en el Diario Oficial El Peruano el 22/07/2021

Sobre el autor:

Sandra Pinasco E. 

Jefa de la Oficina de Promoción de la Investigación (UARM). Actualmente dicta el “Taller de escritura personal: yo y el otro” como parte de las actividades de Formación Continua de la UARM.

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