El 11 de febrero se celebró el Día de la mujer y la niña en la ciencia, fecha que tiene como fin disminuir la brecha de género en las disciplinas científicas y en las Ciencias Sociales. Instituciones como CONCYTEC y otras organizaciones vienen haciendo investigaciones y diseño de políticas públicas que ayuden a tomar conciencia de los motivos que causan estas brechas, pero el camino tiene obstáculos y aún falta un largo trecho para crear ambientes de equidad. Los estudios indican que, a más diversidad (no sólo de género sino de diversidad étnicas y de otra índole), las preguntas de investigación se amplían, diversifican y complejizan, y la sociedad se beneficia porque la producción de conocimiento contribuye al bien común.
La crisis de las vacunas contra la COVID-19 ocurrida recientemente en el país ha revelado, cual radiografía, una estructura en la que miembros de la empresa privada, las instituciones reguladoras como Digemid, la cancillería, políticos, iglesia, universidades y sus centros de investigación incluidos sus científicos y científicas, tomaron una serie de decisiones antiéticas priorizando sus intereses personales. Es doloroso entender la manera en que la distribución irregular de vacunas violó los rigurosos códigos de ética que son fundamentales para la investigación en poblaciones humanas.
¿Qué ocurre cuando la ciencia, la política y la corrupción se coluden? En un reciente podcast de la reconocida revista “Nature” (publicación que tiene como fin diseminar los conocimientos científicos a nivel global), se ha discutido los vínculos históricos entre ciencia y política. Concluye que la ciencia y la política son inseparables y, que, los científicos e intelectuales, han tenido una historia compleja con la política, ya que la forma en que se hace ciencia está influenciada por escenarios políticos. Los científicos de la Alemania nazi hicieron estudios biológicos con el fin de probar la supremacía de una “raza” humana por sobre otras utilizando “métodos científicos” y; que, a partir de los juicios de Nuremberg de 1946, se reconocen como crímenes contra la humanidad; o la cercana relación entre los desarrollos científicos en las guerras, como lo fueron las bombas atómicas utilizadas durante la Segunda Guerra Mundial. Estás tragedias revelan el peligro de la ciencia poniéndose al servicio de los gobiernos en vez de la humanidad.
La investigación científica debería estar siempre al servicio del bien común, independientemente de los intereses de los gobiernos y de los particulares (que podrían ser los mismos). Una mayor presencia de mujeres y diversidades en la ciencia, y en las ciencias sociales, fomenta la construcción de un país donde ciudadanos y ciudadanas sean responsables de la búsqueda del bien común para todos y todas.
Artículo publicado en La República el 23/02/2021
Sobre el autor:
Sofía Chacaltana Cortez