Han pasado casi tres años de aquella carta del profesor Leonardo Haberkorn, académico y periodista uruguayo, que conmovió al mundo universitario, especialmente al latinoamericano, y hace algunos días se ha vuelto a hacer viral. Cómo olvidar sus ironías frente a ese auditorio capturado por celulares y embobado por las redes sociales.
Este último aspecto fue, sin duda, el que mayor atención concitó entre sus lectores para solidarizarse con él, o para criticarlo duramente. Pero, no creo que haya justicia en decir que fue su crítica mayor. Pienso que quiso alertarnos acerca de lo ignorantes que pueden ser los jóvenes universitarios; y, lo que es peor, con desidia hacia aprender temas que no se relacionen directamente con su profesionalización. El verdadero problema de aquel auditorio era desinformación y desinterés, incultura en el sentido más amplio del término. Futuros periodistas que no sabían de la coyuntura, de su propia historia, de política internacional, de movimientos sociales, de gente muriendo, de literatura latinoamericana; no leían, no investigaban, no ejercían pensamiento crítico ni discutían.
Ciertamente que la culpa no está en ellos, sino en la base que han recibido, en la escuela y quizás en la misma universidad. En el Perú no solo no estamos lejanos de la realidad uruguaya descrita por Haberkorn, sino que nuestros alumnos al iniciar su vida universitaria son aún más ignorantes, tienen todavía menos cimiento; han recibido una educación secundaria que no les ha enseñado a pensar críticamente. La actual Ley Universitaria, Ley 30220, siendo plenamente consciente de la situación incluye la formación humanista como parte de la definición de la universidad, hace que uno de los principios que rijan a las universidades sea el de espíritu crítico y de investigación, y establece la obligatoriedad de la formación general como previa a la formación profesional.
¿Esa formación general debería llenarse de cursos propedéuticos para intentar llenar las lagunas que ha dejado la educación escolar? ¿La escuela debería proyectarse en la universidad? En modo alguno, al menos no creo que sea el espíritu de la ley, ni ciertamente lo que pretendo decir. Pero, frente a esta realidad, la universidad debe hacer lo suyo. Y hay universidades que lo hacen, y antes de la ley. La idea de la norma es que se generalice.
Enseño en los primeros ciclos, y ahí recibo a esos alumnos que, tal vez saben poco, y que, quizás, no tienen tantos intereses. Y, felizmente, algunos años después, en séptimo u octavo ciclo, los encuentro nuevamente, y ya son otros. La universidad pasó por ellos y les cambió la vida: les despertó la curiosidad y la crítica, les cultivó el espíritu artístico, los involucró con su sociedad, los hizo ciudadanos. Los hizo mejores seres humanos y, sólo por eso, mejores profesionales, pero, además, lo serán con horizontes amplios e irán más allá del manual, del formato, del Excel ¿Cómo? La receta es fácil. Merli la sabe: una buena dosis de humanidades en cualquier profesión, para qué más.
Artículo publicado en La República 6/12/18.
Sobre el autor:
Dr. Joseph Dager
Vicerrector Académico de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya