¿Qué lleva a las personas a decidir y actuar moralmente? El último libro de Paul Bloom, psicólogo y profesor de la Universidad de Yale, arroja nueva luz sobre una pregunta debatida por siglos. La obra se titula Contra la empatía y defiende una tesis que, a simple vista, podría parecer descabellada: que la capacidad de ponernos en el lugar de otras personas, de recrear su punto de vista y sentir lo mismo que ellas, es un obstáculo para actuar moralmente y tomar decisiones éticas. En suma, el autor sostiene que seríamos mejores personas —y el mundo un mejor lugar— si hubiese menos empatía.
¿Cómo llega Bloom a esta conclusión? Para empezar, es importante distinguir entre dos usos o sentidos de la palabra “empatía”: el cognitivo y el afectivo. Con el primero se alude a la capacidad de asumir la perspectiva que otros tienen de las cosas, de ver el mundo como otros lo ven, lo que en psicología se conoce como “cognición social”. El segundo sentido remite a la capacidad de experimentar las mismas emociones que otras personas, más concretamente, de sentir lo mismo que ellas o con ellas. Los filósofos escoceses Adam Smith y David Hume se referían a esta dimensión de la empatía con el término “simpatía”, piedra angular de sus concepciones de la moral.
Precisamente, es el sentido afectivo de la empatía el que objeta Bloom. Un primer problema que observa es que la empatía se centra solo en el individuo concreto. Dado que no es posible identificarse con varias personas a la vez, la empatía distorsiona la apreciación de lo justo o moralmente correcto en una situación que involucra a cientos (quizá miles) de individuos. Un segundo problema es su sesgo. Nos ponemos en el lugar de las personas que se parecen más a nosotros, no en el de aquellas personas con quienes no compartimos costumbres, educación, idioma, color de piel y nacionalidad.
Bloom piensa que nuestras decisiones éticas deberían sustentarse en la deliberación racional, la estimación de cómo nuestros actos afectan a otros al margen de si nos identificamos con ellos o no. El punto podría ponerse de este modo: mi mejor razón para auxiliar a una persona en apuros no es que me identifico con la persona necesitada sino la obligación que tengo de ayudar a quien se encuentra en una situación de necesidad. Y si elijo no ayudarla, el problema no es que he fallado en sentir lo mismo que esa persona, es que he fallado en reconocer lo que debía hacer en esa circunstancia.
¿Implica lo dicho que la empatía es irrelevante para la moral? Pienso que sería erróneo responder con un sí. La empatía puede no ser una buena guía cuando se trata de evaluar una situación moralmente, pero hace posible el espacio interpersonal en el que prosperan virtudes como la confianza, el perdón, el cariño y la compasión. No cabe duda de que estas nos hacen mejores personas y contribuyen a que el mundo pueda ser más justo.
Artículo publicado en el diario El Peruano el 11/10/18
Sobre el autor:
Cesar Escajadillo Saldías
Decano de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanas de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya