Un ejercicio interesante cuando se reclama más capacidad de diálogo, es preguntarse por cómo imaginamos ese dialogar. El dictamen de los especialistas y la negociación entre competidores cumplen una función clave en la vida social y política de un país, pero el cultivo positivo del conflicto en una democracia solo tiene sentido en un diálogo que permite reconocer nuestras diferencias y afianzar una confianza que no aspira a eliminarlas.
Esperamos del debate especializado respuestas que las personas legas no podemos dar. Su dictamen debería concluir pronto con una sola respuesta que se haya probado mejor que las demás. Trasladar este modelo a los conflictos que inevitable – y deseablemente – surgirán en una sociedad democrática, no solo deja fuera a individuos y grupos “incompetentes”, también asume que la verdad tiene forma de una única respuesta que excluye a las otras. Peor aún, genera pseudoespecialistas que difunden disparates interesados – cuando no insultos o etiquetas – que no se sienten obligados a justificar porque no les entenderíamos.
Negociar sí necesita tomar en cuenta los intereses de otros, en cuanto pueden coincidir o interferir con los nuestros. Más que buscar la respuesta, esta se construye calculando concesiones aceptables en términos de otras posibles ganancias actuales o futuras. La comunicación es una herramienta y los otros, potenciales aliados o competidores. Ya entendemos así el debate político y escuchamos cada vez más que “Todo es una negociación”, incluyendo nuestras relaciones interpersonales. En esa lógica, quien tenga más fuerza – o más votos – podrá prescindir del otro y de cualquier debate hasta que se debilite nuevamente.
Pero el diálogo no necesita reducirse a producir algo, ni siquiera un acuerdo. También puede cultivar la relación misma que hace posible ese intercambio. Hay experiencias valiosas en la educación, la cultura y la minería donde la comunicación es valorada por sí misma: conocer el punto de vista del otro, familiarizarse con su mundo de experiencia, descubrir la particularidad del propio y, en estos últimos tiempos, constatar que no todos somos vulnerables ni sufrimos de la misma manera esta pandemia.
El intercambio de opiniones diferentes e, incluso, radicalmente opuestas es demasiado importante para que se reduzca solo al dictamen de especialistas o a la negociación cuando los conflictos se descontrolan. Cultivar la confianza solo parece inútil, cuando la utilidad es el único criterio para medir la convivencia con otros. Hacer viable la democracia en nuestro país es apostar por los espacios públicos que permiten esos encuentros desde nuestras diferencias. En ese esfuerzo, especialistas y negociadores son una gran ayuda, que no reemplaza nuestra responsabilidad ciudadana de aprender a discutir y a recuperar la confianza.
Artículo publicado en el Diario Oficial El Peruano 03/06/20
Sobre el autor:
Víctor Casallo