Los profesionales del campo “psi” (psicología, psiquiatría y psicoanálisis) estamos siendo interpelados. Nuestro aporte en el plano social debe respetar la interdisciplinariedad y la disputa de sentidos y demandas colectivas en marcha. En el plano académico discute lo teórico-clínico; y en lo personal exige introspección sobre cómo el fenómeno nos atañe. Es que la clínica de lo extremo nunca nos deja indiferentes. Algo de la brutalidad de la violación o el feminicidio es inasimilable también a nuestra escucha.
La vanguardia teórica nos recuerda que el psiquismo no es un producto autónomo sino que deviene en el vínculo con el otro, adulto socializado por familias e instituciones de un marco histórico-cultural determinado, y que se relaciona desde sus propias conflictivas inconscientes. En otras palabras, el yo y su ideal, las representaciones, el capital pulsional, las vivencias de feminidad y masculinidad, se erigen dentro de ese marco y en función de asimetrías (de clase, etnia, género) que reparten, en niños y niñas, de manera desigual y a la más temprana edad, diferentes formas de pensar, sentir, decir y actuar.
La teoría actual afirma con solvencia y evidencia que es la manifestación de la autonomía femenina, cualquiera, lo que pone en jaque psíquico al sujeto masculino. Sea porque la representación de feminidad le signifique inaccesibilidad al contacto sexual/amoroso, o en la figura de lo materno esta sea vivida como desvalorizada o persecutoria, lo que parece ser común es la representación “de salida”: someter y castigar a la mujer. La urgencia determinará la gravedad del acto.
En subjetividades masculinas frágiles la autonomía femenina produce un efecto de implosión, el edificio representacional pulsional se desmorona con lo más importante adentro. Por eso, antes de morir es mejor matar. Otros, incluso siendo sólidos subjetivamente frente a la equidad de la mujer, acusan un golpe de todas maneras: en el fastidio por no saber dónde estuvo la novia, por ejemplo, o el colega que sugiere que no entendimos un texto porque no aceptamos su lectura.
No podemos comprender la subjetividad del otro si soslayamos la propia, lo responsable es hacernos cargo y someternos a supervisión y análisis o terapia para controlar nuestras interferencias personales con el material de trabajo. Nos ha tomado años aprender a decir algo sobre el sujeto y sus circunstancias, también a pensar sobre el poder que nos da un saber y, más, a renunciar a abusar de él.
Nuestros aportes, más que inspirados deben ser sólidos, según teoría y práctica, en función de nuestro proceso personal y la honestidad de la supervisión. Estas triangulaciones nos permiten producir interpretaciones y prácticas seguras, así como nos cuidan de las atribuciones toscas, univocas y descontextualizadas que Freud calificó como salvajes, prácticas de “cachetada” que no generan los sentidos que estamos obligados a ofrecer.
Artículo publicado en el diario El Peruano el 18/06/2018
Sobre el autor:
Ana María Guerrero
Docente de la Escuela de Psicología de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya