El auge de las tecnologías de la información y comunicación ha permitido cambiar el rol pasivo que teníamos hace unos años y hemos pasado de ser solo consumidores de información a uno más dinámico. Crear contenido a través de imágenes, vídeos u otros medios está a la mano de cualquier persona con acceso a internet y con un mínimo de conocimientos de herramientas informáticas. Esto tiene muchas ventajas, pero tiene como principal contraparte la difusión de información que no es real, problema cada vez más notorio si tenemos en cuenta que cada vez más personas usan las redes sociales para estar informados y tomar decisiones.
Aunque estudiosos del tema aconsejan el uso del término desinformación en reemplazo de fake news, alegando que ésta tiene una carga política para denotar el quehacer de medios de comunicación, lo cierto es que el término se ha extendido por el mundo. Una fake news es el intento de hacer creer que algo falso es real con el fin de moldear la opinión de grupos sociales, convirtiéndose en un fenómeno de consumo de información global.
Especialistas establecen que las noticias falsas se difunden con mayor velocidad y tienen mayor alcance que las verdaderas. En este escenario, ha surgido como respuesta diversos portales que a través de curadoría de contenido se encargan de verificar la autenticidad de la información que se comparte en internet, muchos de ellos liderados por comunicadores. Las redes sociales también intentan luchar contra la difusión de noticias falsas, lo que ha llevado a Facebook y Twitter, con mayor o menos acierto, a implementar filtros y sanciones.
Sin duda, el luchar contra las noticias falsas es importante, pero es una batalla desigual el desmentir las informaciones que recorren las redes sociales. La tarea pendiente es el que las y los ciudadanos sepamos discernir entre contenido real y el que tiene como intención desinformar. Esta es una nueva oportunidad para las bibliotecas.
Las bibliotecas públicas, aunque también las del tipo académico, deben liderar programas para enseñar a la ciudadanía sobre cómo identificar la información y las fuentes de información en las que pueden confiar, es decir, desempeñar un papel fundamental al proporcionar recursos de instrucción para evaluar la información y verificar los hechos.
Acciones hay muchas a llevar a cabo, en principio es necesario concienciar sobre los efectos nocivos de la difusión de noticias falsas, generar espacios de discusión y análisis del impacto que tiene sobre nuestras vidas el transmitir información que no es real. Desarrollar capacitaciones, infografías, vídeos y otros medios comunicativos en el que los bibliotecarios compartamos lo que es el centro de nuestra formación: encontrar y evaluar información.
Las bibliotecas deben de estar a la altura del momento que vivimos y demostrar que en la era de Google, también podemos seguir aportando a la sociedad.
Artículo publicado en el Diario Oficial El Peruano el 4/11/2021