“¿Cómo amalgamamos una comunidad?” Esta pregunta fue el punto de partida de una entrevista que me hiciera la mañana del 29 de julio de este año el periodista Carlos Cornejo en el canal televisivo estatal TV Perú. En este artículo, comparto algunas reflexiones complementarias que pueden contribuir a continuar el diálogo sobre los vínculos humanos. Lo que me interesa plantear aquí es que, si nos interesa transformar el modo en que vivimos juntos en comunidades, lo que necesitamos hoy en día es poner el énfasis en el trabajo de mejora sobre la propia individualidad como punto de partida para toda transformación de la propia condición humana, más allá de las ideologías colectivistas o comunitaristas que han primado hasta hace poco en el planeta.
Si bien todo lo que existe en el universo está entrelazado como si fuera un gigantesco tejido, no obstante para los seres humanos vivir en comunidad no es un estado natural, sino que pasa por un proceso de construcción, que requiere de las intenciones y de las acciones de los individuos involucrados. Muchas veces creemos que este proceso consiste en modificar la realidad exterior a uno mismo. Sin embargo, podemos verificar que para tejer una vida en común con resultados satisfactorios lo fundamental que debemos llevar a cabo es trabajar sobre nuestro mundo interior, personal. No rinde buenos frutos el buscar cambiar las relaciones interpersonales de toda una sociedad con el objetivo de obtener un lazo comunitario pleno. Nadie puede alterar desde fuera la forma en que los demás entablan sus relaciones.
Antes bien, para construir comunidad de un modo dichoso, sano y armonioso necesitamos partir por emprender el viaje del autoconocimiento (autoobservación, autoindagación y autoevaluación) para transformar hacia mejor lo que pensamos, lo que decimos, lo que sentimos y lo que hacemos. Si dejamos de ser un estorbo para los próximos o un peligro para los demás, ya estaremos contribuyendo a forjar una nueva humanidad y podremos estar en la capacidad de generar lazos con aquellas personas afines o compatibles a nosotros. La afinidad y la compatibilidad serán asuntos clave para armonizar diferencias y generar acuerdos de mutua comprensión. En este sentido, si yo me empeño en evolucionar en consciencia, y en desarrollarme mental y espiritualmente, por consiguiente, podré establecer vínculos en los que me hago cargo de mí mismo, sin esperar que sean los demás los que me resuelvan los ‘problemas’, tomen las decisiones por mí o me hagan feliz.
Se pueden urdir los lazos comunitarios esmerándonos en cambiar la vida a los demás e interferir en sus decisiones y en sus aprendizajes existenciales, pero lo que estas actitudes generarán será malestares, rencores, resentimientos, frustración, amargura, desdicha y decepción. En otras palabras, cuando pretendemos relacionarnos con los demás con el afán de imponernos sobre ellos, lo único que terminaremos generando a la larga es nuestro propio sufrimiento y el deterioro de nuestro vínculo con los otros. Así, con la ‘buena’ intención de crear un mundo mejor, podemos terminar provocando que las personas que ya me conocen se alejen de mí o que personas aún desconocidas no deseen siquiera interactuar conmigo.
En este sentido, si nos entregamos a la labor de aprender a tener paz interior, podremos vivir en comunidades en las que pueda haber una convivencia realmente pacífica, respetuosa y dialógica. De lo contrario, estaremos contribuyendo a la generación de realidades sociales violentas. La verdadera paz en las relaciones tejidas dentro de una comunidad no es más que el resultado externo de procesos interiores de cambio de cada cual (cambio en las percepciones, en las interpretaciones, en las emociones, en los sentimientos y en las actitudes). Si cada quien puede aproximarse a desaparecer de su existencia los enfrentamientos, conflictos y reactividad en su mente, corazón y alma, la vida en cualquier tipo de comunidad estará llena de gozo y alegría. Si cada uno de nosotros aprende a autovalorarse por completo, a trascender sus miedos y a desarrollar plenamente su capacidad de servicio, entonces podremos disfrutar de una vida en comunidad hermosa y exitosa.
El secreto no reside, entonces, en querer cambiar lo de fuera, sino en trabajar con constancia en nuestra individualidad desde las herramientas del amor al prójimo y no desde las armas del egoísmo. De esta manera, no obligaremos a forjar lazos comunitarios con aquellos que no desean formarlo. Si el fundamento de una comunidad son los compromisos libremente autoasumidos, debemos respetar la decisión de cada persona de formar parte del acuerdo común o no. El problema de las comunidades nacionales (inventadas durante los últimos dos siglos y medio) es que fuerzan a producir o mantener un vínculo comunitario incluso en contra de la voluntad o de los intereses de una gran cantidad de personas. Esto se suele hacer por medio de la imposición de disposiciones legales y de fronteras territoriales desde los diversos aparatos del Estado. Ello implica, evidentemente, un rechazo a las decisiones de aquellas personas que no son afines a uno mismo, lo cual es equivalente a irrespeto.
Vale preguntarse, entonces, si es viable una comunidad nacional sin estos obstáculos que pone el Estado a la felicidad, a la paz, a la aceptación y a la incondicionalidad. Más aún, será clave preguntarse si sigue siendo saludable para nuestras vidas individuales y sociales que sigan existiendo las comunidades nacionales (y sus Estados de respaldo), que han demostrado avivar la perturbación, la enemistad, la agresividad, la ira y la envidia entre los humanos. Si buscamos superar las limitaciones mentales y culturales de los últimos siglos del planeta, convendría acoger formas de gestar comunidad que permitan a cada uno de nosotros fluir con la vida, y ser libre mentalmente e independiente en las decisiones personales. No tengamos temor ni tristeza de dejar en el pasado aquellas formas de vivir juntos que han multiplicado la insatisfacción, la reactividad, la infelicidad y la escasez. En todo caso, tomar la decisión de forjar comunidad de esta otra manera es una elección individual, no comunitaria.
Artículo Publicado en Revista Ideele N° 304
Sobre el autor:
Arturo Sulca Muñoz
Especialista en Estudios Culturales de la unidad de Formación Continua de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM).