“Cuando las ideas son descuidadas por los que debieran preocuparse por ellas- es decir, por los que han sido educados para pensar críticamente sobre las ideas-, éstas pueden adquirir una fuerza ilimitada y un poder irresistible sobre las multitudes humanas hasta hacerlas tan violentas que se vuelvan insensibles a la crítica racional”. Isaiah Berlin, Dos conceptos de libertad, 1958
Muchos desconocen el inmenso poder que tienen las ideas sobre los diversos grupos humanos. Este desconocimiento se reitera de generación en generación porque nunca llegamos a ponderar plenamente su poder, debido a que creemos que las ideas sólo tienen repercusión en el ámbito académico y en determinados espacios que le son concomitantes, como algunas direcciones políticas partidarias, en sectores profesionales y específicos núcleos empresariales. Pero no es así. Las ideas filosóficas, políticas, morales, religiosas, económicas, etc., se distribuyen socialmente por medio de un vasto circuito de comunicación, instalándose en los organismos de decisión estatal y gubernamental, en las instituciones de la sociedad política y civil, y en los espacios de deliberación corporativa. A partir de estas ideas, los agentes sociales- según su jerarquía- toman una infinidad de decisiones que afectan en mayor o menor medida la vida de grupos e individuos.
En las pocas sociedades con sistemas del conocimiento consolidados o relativamente estables, existen mayores posibilidades de realizar un examen crítico a las ideas que tienen repercusiones públicas. Este escrutinio cuestionador se desarrolla en diversos niveles, desde el más general y común hasta el más específico, siendo este último en el que intervienen los académicos, cuyos saberes teóricos proporcionan un grado de abstracción crítica que les faculta a entrar en debate sobre la pertinencia de determinadas ideas y sus efectos sobre amplios sectores sociales. Sin embargo, en sociedades con frágiles o carentes de sistemas del conocimiento, el escrutinio crítico de las ideas es muy pobre y limitado. El efecto perverso de ello es que las ideas se repiten sin mayor examen, haciendo un uso desmedido de las mismas sin pasar por una necesaria interpelación crítica.
Pero como las ideas- examinadas o no- entran al circuito de la distribución social, pueden llegar a hacerse dominantes, convirtiéndose en nociones referenciales desde las cuales se estructura la realidad pública y se toman decisiones de diversa índole. El uso repetido y constante de determinadas ideas se incorpora en la estructura cognitiva de los sujetos, alimentando prejuicios, reforzando posturas dogmáticas, sosteniendo afirmaciones contradictorias o, también, propiciando posiciones autónomas, perspectivas abiertas y visiones plurales de la realidad. Es evidente que si las ideas no se revisan de forma constante por aquellos que están llamados a realizar esa labor- los intelectuales del ámbito académico-, pueden ocasionar, como bien señaló Isaiah Berlin, una infinidad de tragedias una vez que se instalan en el sentido común de los diversos grupos.
Todo espacio universitario está expuesto al saber forjado en otros sistemas del conocimiento. También, al flujo de saberes de su propia tradición local – sincrónica o diacrónica-, y a la práctica crítica de su actividad. En términos ideales, el saber producido en el claustro universitario pasa por un exhaustivo proceso de examinación crítica, el mismo que es posible dentro de un ecosistema académico abierto a la pluralidad de perspectivas teóricas, a la evolución crítica de las mismas, al debate riguroso y a la presencia de una comunidad universitaria estable, muy competente, y consciente de la magnitud social, económica y cultural de su ejercicio.
Más allá de esta formulación deseada del espacio académico, existen ámbitos universitarios como el nuestro, muy asimétricos, en constante segmentación e hibridación; limitados por el exceso de instrumentalización y la carencia efectiva de recursos de todo tipo. En claustros universitarios de estas características, el flujo global y multidisciplinario del saber teórico no logra pasar por un adecuado proceso de absorción crítica, restringiéndose a la repetición fragmentaria y descontextualizada de aquello que proviene de los centros de formación del conocimiento más establecidos. Esta repetición fragmentaria del saber teórico, que desconoce sus circunstancias formativas, ocasiona una serie de tramas epistémicas inconexas, sobrepuestas o enredadas. De ahí que emerjan una serie de “Frankenstein teóricos”, que se unen a las fragmentaciones del saber precedentes. Ello no permite que se autogeneren estructuras solventes de examinación teórica, haciendo casi inviable la evolución del saber en los espacios locales.
Pues, uno de los riesgos más peligrosos es que la dogmática, y los prejuicios y las mitologías que alienta, puedan ser difundidas sin mayor límite. Y, desde ahí, movilizar a multitudes acríticas en las peligrosas “sociedades de masa”
En ámbitos universitarios precarios, como los del Perú, las formulaciones teóricas producidas en otros contextos, no son sometidas al necesario tamiz crítico contextualizador. Por las limitaciones de la discusión teórica de alta complejidad, se repiten una serie de nociones que, más allá de su consistencia o de su inconsistencia teórica, llegan a constituirse en verdades académicas hegemónicas desde las cuales se organizan las compresiones históricas, culturales, políticas y sociales. Es evidente que la teoría crítica y sus variables dialógica y materialista; las narrativas “antiesencialistas” y “constructivistas” del postmodernismo en enfoques como el “de género”, el “de colonial”, entre otros; las llamadas “epistemologías del sur” y la elaboración crítica “poscolonial”, etc., han producido importantes investigaciones y reflexiones. Pero también es claro que, sin el importante contrapeso de otros campos teóricos, se corre el riesgo de dar por sentadas sus conclusiones y, a partir de las mismas, convertir en absoluta una percepción de la realidad social y política que es parcial.
La tendencia a la absolutización categorial desde determinados enfoques y al deterioro de la discusión teórico crítica, no es exclusiva de las ciencias sociales y de las humanidades. Similar proceso ocurre en las disciplinas académicas ligadas a la gestión administrativa de recursos, y de generación y circulación de la riqueza. En este caso, las teorías dominantes ponen énfasis en la cuantificación de logros, sin observar la concreción tangible de los mismos. El resultado es que se erigen dos realidades paralelas. La primera, generada por datos; la segunda, formada por eventos. Esta partición “esquizofrénica”, ciertamente acrítica, no permite comprender las complejidades beligerantes de una realidad como la nuestra, de ahí que cuando se evidencia conflictos éstos no pueden ser entendidos en su magnitud.
Probablemente, una parte de los graves problemas que está sufriendo el Perú se debe, entre otras consideraciones, a que muchas de las ideas y nociones sobre nuestro país no han logrado transitar por un necesario proceso de discusión crítica, al interior de ecosistemas universitarios verdaderamente plurales en términos teóricos y metodológicos. Varias de las conceptualizaciones culturales, históricas, sociales y económicas, esgrimidas bajo pobres condiciones críticas, circulan y se movilizan socialmente por los diversos estratos. Algunas de ellas, fortalecen determinados prejuicios asentados desde hace mucho tiempo. Otras, contribuyen a que se erijan narrativas mitológicas que inciden en la enajenación frente realidad. Asimismo, muchas de estas ideas y nociones, al interiorizarse políticamente sin un proceso riguroso de examinación crítico-teórica, se transforman en criterios de innumerables planes gubernamentales a nivel central y local, generando distorsiones perceptivas en las comunidades a lo largo del país. Y, desde esa tergiversación, se erigen como motivos para la acción de lo público.
La “caída” o “aterrizaje” de ideas y nociones en distintos sectores de la población urbana o rural, sin la importante exploración crítica – que debería ser ejercida por nuestro ámbito universitario-, puede contribuir a la formación de imaginarios confusos que, bajo condiciones sociales de colapso, se transformen en prácticas que profundicen las condiciones de ruina integral. En efecto, si en las academias sociales, humanísticas y de gestión, sólo han tenido espacio determinadas orientaciones teóricas en las últimas seis o siete décadas, es muy probable que se hayan instituido varias nociones dogmáticas muy difíciles de remover desde la discusión crítica. Pues, uno de los riesgos más peligrosos es que la dogmática, y los prejuicios y las mitologías que alienta, puedan ser difundidas sin mayor límite. Y, desde ahí, movilizar a multitudes acríticas en las peligrosas “sociedades de masa”.
Por otro lado, locuciones conceptuales como “república fallida”, “sociedad fracturada”, “construcción ciudadana”, “estado sin nación”, “oposición urbe criolla y cosmovisión andina”, “informalidad frente a formalidad”, “cultura emprendedora, cultura conformista” “república oligárquica o aristocrática”, “desborde popular”, “república semicolonial o neocolonial”, “racionalidad occidental frente a racionalidades tradicionales”, etc., han sido muy útiles para comprender varias de las características de nuestra historia, cultura y sociedad. Sin embargo, sería importante someter a crítica una parte importante de la bibliografía que sostienen a estas locuciones conceptuales o, en su defecto, “ventilar” la casa de las ciencias sociales, de las humanidades y de las disciplinas económicas con otras formulaciones teóricas, e intentar reelaborar un nuevo marco de ideas para comprender nuestro futuro, ya sea en común o en disgregación.
El poder que pueden llegar ejercer las ideas sobre las sociedades es inconmensurable. Y si estas ideas profundizan prejuicios, amplían las distorsiones de la realidad, inciden en mitologías históricas, fomentan falsas expectativas sociales, etc., ocasionan enormes pesares sobre los grupos humanos. De ahí que es fundamental rescatar a la universidad peruana de repetir los mismos esquemas de interpretación y las mismas formulas teóricas. También es esencial superar la recepción acrítica de esquemas conceptuales producidos en otros contextos y abrir los espacios académicos al debate teórico, reflexivo, especulador y examinador. Sin una academia universitaria plural y abierta al debate crítico, ningún país tiene futuro en esta época.
Artículo Publicado en Revista Ideele N° 308