“El actual estallido de contagios está en curso justamente en países donde hay aún gente no vacunada. De allí que esta etapa sea llamada ‘la pandemia de los no vacunados’…”.
No es para entusiasmarse, pero algunos científicos indican que ómicron, la actual variante del nuevo coronavirus, podría significar, sino el fin de la pandemia, al menos su entrada en declive. No hay casi reportes de muertos por dicha variante, a pesar de que se ha extendido ya en más de 50 países. Como ocurrió en otras pandemias, esta nueva mutación podría haberlo debilitado.
Pero podría ocurrir lo contrario e, incluso, que dentro de su efecto más leve provoque más muertes debido a su mayor capacidad de contagio. Por eso la OMS pide esperar y no bajar la guardia, algo que está sucediendo en Europa, donde los contagios disparados (no los decesos) han provocado que retornen esos confinamientos que ya resultaban pesadillas recurrentes.
Una de las reacciones que se extiende en esta circunstancia es una suerte de avivamiento misionero por parte de los antivacunas. Salen más a las calles, predican sobre el supuesto engaño que implica la inmunización y llenan, como nunca, la red digital de mensajes, videos o presuntas primicias que esparcen humo global. Tal vez creen que llegó su hora estelar.
No tienen en cuenta que el actual estallido de contagios, de variantes ya conocidas, está en curso justamente en países donde hay aún gente no vacunada. De allí que esta etapa sea llamada “la pandemia de los no vacunados”, un instante tormentoso donde se pone en escena cuáles son las consecuencias de alimentar dudas con base en suposiciones, teorías sin base y hasta delirios.
Toda obra humana, las vacunas incluidas, tienen un riesgo, una imperfección. Pero hacer de esa contingencia natural un motivo para “luchar por la libertad” más bien evidencia cuán conservador se está volviendo el mundo contemporáneo. No es casual que buena parte de las protestas contra las restricciones, o la inmunización, las protagonicen grupos de ultraderecha.
En el imaginario de las personas que los integran parece haber varios cajoncitos penosos. Uno dice “xenofobia”, otro “anti unión civil”, otro más “no ampliar los derechos de las mujeres”. Y otro “negacionismo científico”, que incluye dudas sobre el cambio climático o… sobre la pandemia. Trump y Bolsonaro han sido los íconos de este ‘pensamiento guía’ que se propaga.
De otro lado, o concurrentemente, esta crisis sanitaria aún latente ha confirmado de manera dramática lo difícil que es erradicar la injusticia del mundo, la desigualdad nacional y mundial en suma. Insistentemente, la OMS y otros organismos han alertado sobre lo urgente que resulta extender las vacunas a los lugares menos inmunizados, que están en los países más pobres.
Que los países más desarrollados hayan acaparado las vacunas para inmunizar numerosas veces a su población, y hayan dejado prácticamente muy poco para la periferia del mundo, revela cuán infectados estamos de un egoísmo social supremo. De un híperindividualismo muy de este tiempo, que nos impide ver algo tan simple como que el bienestar no será general si es de pocos.
No quiero pensar, por último, qué va a pasar si al final la variante ómicron significa el fin de la pandemia para buena parte del planeta y el inicio de una nueva tragedia para África, ese continente que hasta ahora no ha sufrido gravemente el embate de las olas anteriores. ¿Estamos también ante una posible “pandemia de los más pobres”, como las que hay y ha habido antes?
Las horrendas pestes de la Edad Media y de siglos anteriores cambiaron a las sociedades humanas en materia económica, social, política, científica. Sería triste que la actual solo nos deje el recuerdo de manifestaciones delirantes, o la confirmación inapelable de que no podemos convivir sin poner por delante la opulencia frente al destino desesperado de los más débiles.
Artículo publicado en La República el 10/12/2021
Sobre el autor:
Ramiro Escobar
Docente de Relaciones Internacionales de la carrera de Ciencia Política (CIPO) de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya