Las decisiones tomadas a inicios de abril son contundentes. En la visión de Trump, China es la gran amenaza económica y geopolítica. De ahí la necesidad de reindustrializar Estados Unidos y recuperar empleos, la urgencia de corregir los desequilibrios comerciales, la acusación de prácticas comerciales desleales y priorizar los intereses nacionales por encima del multilateralismo y la globalización. Medidas proteccionistas, se dice. ¿Hay alguna teoría filosófica que respalda al proteccionismo? Veamos.
Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) fue un influyente filósofo alemán de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Aunque su obra no fue tan divulgada como la de Kant o Hegel en los grandes medios filosóficos, tuvo un impacto fundamental en el pensamiento filosófico contemporáneo, siendo precursor de tradiciones tan diversas como el hegelianismo, el materialismo histórico, el neokantismo e incluso influyendo en Husserl. Filósofo sistemático, se desenvolvió en múltiples disciplinas temáticas, incluyendo ontología, epistemología, filosofía de la religión y de la historia, antropología, ética, filosofía social y política. Especialmente en este último campo, destacan Los discursos a la nación alemana (1807) y, sobre todo, El estado comercial cerrado (1800).
En este último libro, Fichte consideró que el libre mercado (la sociedad comercial) produce un constante desorden entre las necesidades de los seres humanos y la producción, lo que lleva a la ausencia de criterios racionales y de orden. De ahí que el capitalismo librecambista ocasione anarquía económica, la misma que conduce a un sistema social de radicales contrastes: una “fábrica de producir miseria para la mayoría de los seres humanos”. En este sistema, los individuos deben “venderse” para subsistir, situación que Fichte repudiaba. Esto, a su vez, produce una crisis moral y la perversión de las formas de vida comunitarias. Asimismo, el capitalismo libre implica una ausencia de planificación estatal que perpetúa la irracionalidad del mercado.
En ese sentido, en la propuesta de Fichte, el Estado se cierra comercialmente, de manera similar a como se ha cerrado en su legislación y judicatura, con el fin de suprimir la anarquía del comercio. Esta clausura comercial no significa una renuncia a la producción local, sino una “enérgica apropiación” de lo bueno sobre la tierra para el beneficio de la nación. Según este pensador, para alcanzar la autosuficiencia económica, el Estado debe procurar la fabricación nacional de todas las manufacturas necesarias para sus ciudadanos, así como la producción de todos los productos auténticos o sustitutivos usuales e imprescindibles. El objetivo es cortar cualquier dependencia de otros estados.
La autosuficiencia productiva se presenta como una aspiración profunda en la obra de Fichte. Pero que es muy difícil de cumplir porque supone una absoluta independencia y soberanía económica plena, que podría ser imposible de conseguir por razones naturales, como las limitaciones geográficas o climáticas de algunas naciones. Sin embargo, para este filósofo, la protección del mercado interno es completa, y al no haber relaciones comerciales con el extranjero, se elimina cualquier resquicio de debilidad para el gobierno.
En la lógica política de esta obra, depender de la importación en lugar de la producción local coloca al estado nacional en una condición de desprotección absoluta, quedando a merced de los intereses internacionales. Esta dependencia expone al Estado a una serie de amenazas permanentes que lo ponen en riesgo en su duración a largo tiempo.
Pensador nacionalista, realista en lo político y defensor de la finalidad moral de la propiedad, Fichte concebía las relaciones comerciales internacionales como una forma de “rapiña” donde cada Estado intenta aventajar a los demás. Esta competencia por el mercado internacional es vista como una de las causas inevitables de la guerra entre las naciones. De ahí que la desconfianza hacia la producción extranjera también se relaciona con la idea de que los productores extranjeros no están sujetos a las mismas regulaciones y leyes del estado nacional, lo que podría generar desequilibrios y competencia desleal dentro del mercado interno. De ahí que es esencial defender al mercado interno, a fin de garantizar el trabajo de los connacionales.
En esta época, en la que estamos revisando muchas de las certezas que se establecieron a hace medio siglo, resulta interesante leer El estado comercial cerrado, contextualizando las reflexiones de su autor, quien escribió este libro teniendo en la mira crítica a La riqueza de las naciones de Adam Smith. Como en todo lo humano, nunca hay una última palabra.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Profesor asociado a tiempo completo del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM.