La fe razonada frente la IA
“Antiqua et nova”, con antigua y nueva sabiduría (cf. Mt 13,52) estamos llamados a considerar los cotidianos desafíos y oportunidades propuestos por el saber científico y tecnológico, en particular los del reciente desarrollo de la inteligencia artificial”. Con esta importante y necesaria afirmación se inicia el documento que en esta oportunidad nos convoca para ser reflexionado desde un cristianismo maduro, que no teme comprender y reconocer la complejidad del mundo secular y sus inmensos desafíos. De ahí que abordar un tema como el de la Inteligencia Artificial implica aceptar con racional realismo sus innumerables consecuencias, sin perder de vista el horizonte ético y trascendente propio del cristianismo más evolucionado. A fin de centrarnos en contenido del documento, pretendemos describir los aspectos más relevantes del mismo, para que el lector se haga una idea general de la profundidad de este texto de reflexión teológica.
En el 2023, cuando la IA generativa se hizo púbica y ante a una delegación de científicos de la Sociedad Max Planck de Alemania, el Papa Francisco pronunció un discurso instando a la comunidad académica a mantener la integridad científica libre de influencias externas y a priorizar la ciencia pura por el bien común. Asimismo, evidenció una clara preocupación ética por el "pensamiento híbrido" resultante de la combinación entre la inteligencia biológica y artificial, que nos conduce a la incertidumbre transhumana. De ahí que sea necesario precisar los elementos constitutivos del ser humano, para no dejar de ser lo que hemos sido y somos. Finalmente, el pontífice rechazó una responsabilidad técnica puramente funcional, enfatizando la responsabilidad moral y el cuidado del otro como principios esenciales para mantener la dignidad humana.
En dos años después de esta exhortación, la IA ha sigue evolucionando de forma asombrosa y se ha convertido en el espacio de una nueva confrontación geopolítica y uno de los centros de mayor desarrollo de la economía internacional. Es evidente que lo que gira alrededor de la IA excede el plano tecnológico actual, y, más bien, implica un cambio civilizatorio de la misma relevancia que la invención de la agricultura y de la escritura. De ahí la urgencia de pensar la IA desde todos los enfoques, incluso desde la teología cristiana católica.
La IA desde el documento Antiqua et nova
"Antiqua et Nova," se estructura en seis secciones, comenzando con una introducción que sitúa la IA en el contexto de la tradición cristiana sobre la inteligencia humana como don de Dios. El texto luego define la IA, contraponiéndola a la inteligencia humana, la cual es descrita a la luz de la filosofía y teología cristianas, enfatizando su racionalidad, encarnación, y su búsqueda de la verdad en relación con Dios y la creación. Se discuten los límites de la IA, destacando su incapacidad para la verdadera empatía, el discernimiento moral y la comprensión integral de la realidad. Finalmente, se exploran las implicaciones éticas de la IA en diversos ámbitos: sociedad, relaciones humanas, economía y trabajo, sanidad, educación, desinformación, privacidad, medio ambiente y guerra, concluyendo con una llamada a una sabiduría del corazón para guiar el desarrollo y uso responsable de esta tecnología al servicio de la dignidad humana y el bien común.
En el texto encontramos un serio análisis sobre la inteligencia artificial, que permite situarla comparativamente con la inteligencia humana. En ese sentido, se abordan los tipos de inteligencia artificial y su desarrollo. El primero se denomina IA débil. Los sistemas actuales de IA se consideran generalmente "IA débil" y están diseñados para realizar tareas limitadas y específicas, como la traducción de idiomas, la previsión del clima o el análisis de imágenes. Estos sistemas se basan en inferencias estadísticas y el análisis de grandes conjuntos de datos para identificar patrones, imitando así ciertos procesos cognitivos humanos. Luego se encuentra la Inteligencia Artificial General (IAG). Muchos investigadores y empresas tecnológicas aspiran a alcanzar la IAG, un sistema único capaz de realizar cualquier tarea al alcance de la mente humana, operando todos nuestros estados y procesos cognitivos. Según lo que se puede vislumbrar, la IAG sería lograda al termino de esta década. Finalmente, se sitúa la “superinteligencia”. Algunos especulan que la IA podría evolucionar hacia la superinteligencia, superando con creces las capacidades intelectuales humanas.
La posibilidad de una superinteligencia genera preocupación, ya que algunos temen que una IA que supere la inteligencia humana pueda eclipsar a la propia persona humana. Asimismo, existe el temor de que la superinteligencia pueda llevar a una pérdida de control sobre la tecnología y sus consecuencias, como también se teme el desarrollo de armas autónomas. Como subraya el texto, detrás de la búsqueda de una superinteligencia artificial, se encuentra las ideologías transhumanistas y posthumanistas. Los primeros ven la superinteligencia como un medio para que los humanos superen sus límites biológicos, mientras que los segundos creen que tales avances alterarían la identidad humana hasta el punto de que ya no se consideraría "humana". Es importante señalar que esta perspectiva se basa en una visión fundamentalmente negativa de la corporeidad, concibiéndola como un obstáculo en lugar de como parte integral de la identidad humana. ¿Se evidencia un evidente antihumanismo en estas ideologías tecnófilas? Eso es algo que precisa ser reflexionado.
La inteligencia humana ante la inteligencia artificial
La inteligencia humana, según el documento “Antiqua et nova”, es una facultad compleja que va más allá de la simple capacidad de realizar tareas o procesar información. Se distingue de la inteligencia artificial (IA) en varios aspectos cruciales, ya que está intrínsecamente ligada a la persona en su totalidad, abarcando dimensiones racionales, corporales, relacionales y espirituales. Hay una serie de aspectos cruciales de la inteligencia humana que es preciso recordar y tener en cuenta. El primero de ellos es la “racionalidad”. La inteligencia humana se caracteriza por la capacidad de abstracción y comprensión de la realidad. Esta racionalidad se manifiesta a través de la razón (ratio), que es el proceso discursivo y analítico, y el intelecto (intellectus), que es la intuición de la verdad. Ambas facultades son complementarias y esenciales para la inteligencia humana, conformando el acto del intelligere. La racionalidad humana no se limita a un modo específico de pensamiento, sino que impregna todas las actividades humanas, incluyendo la capacidad cognitiva y volitiva, como amar, elegir y desear. El segundo aspecto es la “encarnación”. La inteligencia humana está profundamente arraigada en la existencia corpórea, siendo el ser humano una unidad de cuerpo y mente. El cuerpo no es un mero recipiente, sino que participa en la identidad de la persona. La experiencia corporal, incluyendo los estímulos sensoriales, las respuestas emocionales y las interacciones sociales, moldea el desarrollo de la inteligencia humana.
Otra dimensión de la inteligencia humana es la “relacionalidad”. La inteligencia humana se desarrolla en relación con los demás, a través del diálogo, la colaboración y la solidaridad. Los seres humanos están ordenados a la comunión interpersonal, y aprenden de y con los demás. También nuestra inteligencia tiene relación con la verdad. La inteligencia humana es un don del creador para captar la verdad, que va más allá de la mera experiencia sensorial o la utilidad. La inteligencia humana tiene la capacidad de acceder a realidades inteligibles con certeza, impulsando la búsqueda de una verdad más profunda. Esta búsqueda se manifiesta a través de la comprensión semántica y la producción creativa.
Asimismo, la inteligencia humana busca la trascendencia. A través de su alma/mente, la persona humana trasciende el mundo material, participando de la luz de la inteligencia trascendente. La inteligencia humana se orienta hacia lo Verdadero y lo Bueno, permitiendo a las personas abrirse a las cuestiones últimas de la vida y crecer en el conocimiento de los misterios del creador. La inteligencia humana posee una dimensión contemplativa esencial, una apertura desinteresada a lo que es Verdadero, Bueno y Bello. Esta dimensión ética, epistemológica, estética y transcendente de la inteligencia humana, nos hace enormemente responsables con el mundo creado o evolucionado. Finalmente, la inteligencia humana se caracteriza por la Integralidad. Es decir, se manifiesta de varias maneras, incluyendo la capacidad lógica y lingüística, la intuición, la experiencia y la creatividad. Nuestra inteligencia se expresa a través de la sinergia de las diferentes dimensiones de la persona y busca el bienestar integral. Asimismo, también se muestra en la capacidad de encontrar la palabra adecuada, gestionar bien las relaciones interpersonales y de discernir en la materia inerte formas que otros no pueden reconocer. Para salvar lo humano, también se necesita la poesía, el arte y el amor.
Reflexionar en serio las consecuencias de la IA sobre la humanidad
La IA plantea serios problemas éticos que necesitan ser abordados desde una perspectiva moral sólida. La posibilidad de que la IA imite la inteligencia humana y tome decisiones de forma autónoma plantea serios interrogantes sobre la responsabilidad ética y la seguridad, afectando a toda la sociedad. El uso de la IA ya sea en la guerra, en las relaciones interpersonales, o en la economía, puede llevar a consecuencias negativas si no se orienta hacia el bien común. Por ello, la ética juega un papel primordial ya que las personas son quienes diseñan los sistemas de la IA y determinan para qué se utilizan. Eso nos lleva a fomentar el discernimiento sobre este tema. El cristianismo maduro enfatiza la importancia del discernimiento para distinguir entre el bien y el mal, y para orientar el uso de la tecnología hacia el progreso humano y el bien común. La IA no es neutral, y su uso debe ser guiado por la inteligencia humana para alinearse con la vocación al bien y respetar la dignidad de la persona. Esto incluye la necesidad de responsabilidad moral en el diseño, producción, gestión y supervisión de los sistemas de IA, así como por parte de los usuarios.
Finalmente, aunque la IA puede simular la interacción humana, no puede reemplazar las relaciones auténticas en las que se comparte dolor, necesidades y alegría. La antropomorfización de la IA, especialmente en contextos como la educación, puede llevar a relaciones utilitarias en lugar de relaciones auténticas basadas en el cuidado mutuo, donde se incluye la justicia social y la solidaridad.
Es evidente que la IA ofrece enormes oportunidades económicas, y la búsqueda de beneficios económicos impulsa las inversiones en el sector. Las mayores inversiones en IA se observan en los sectores de tecnología, energía, finanzas y medios de comunicación, con especial referencia a las áreas de marketing y ventas, logística, innovación tecnológica, gestión de riesgos y cumplimiento normativo. La ambivalencia de la IA, como fuente de oportunidades y riesgos, impulsa un rápido desarrollo con el fin de capitalizar las oportunidades que proporciona. Asimismo, La competencia entre empresas y países por liderar el desarrollo y las aplicaciones de la IA también es un factor que impulsa la innovación en este campo. El desarrollo de la IA también está motivado por la posibilidad de mejorar la eficiencia y la productividad en diversos sectores, lo cual puede generar una ventaja competitiva para las entidades que adopten estas tecnologías.
El riesgo existencial de la IA
La posibilidad de que la Inteligencia Artificial (IA) termine con la humanidad es un tema de gran preocupación, que se aborda en el presente documento, principalmente en relación con los riesgos de su uso militar y la pérdida del control humano sobre estas tecnologías. A medida que los modelos de IA se vuelven más capaces de aprendizaje independiente, existe el riesgo de que se reduzca la posibilidad de ejercer control sobre ellos. La falta de supervisión humana puede llevar a que la IA persiga objetivos que no estén alineados con el bien de las personas. El hecho de que gran parte del poder sobre las principales aplicaciones de la IA esté concentrado en manos de unas pocas y poderosas empresas plantea problemas éticos importantes. Estas entidades, motivadas por sus propios intereses, tienen la capacidad de ejercer formas de control sutiles pero invasivas, manipulando las conciencias y el proceso democrático.
Existe el riesgo de que la IA se utilice para promover un paradigma tecnocrático que tiende a resolver todos los problemas del mundo solo con medios tecnológicos. Según este paradigma, la dignidad humana y la fraternidad a menudo se dejan de lado en nombre de la eficacia. Por otro lado, la IA puede generar contenidos manipulados e información falsa que son difíciles de distinguir de los datos reales, lo que puede llevar fácilmente al engaño. Los deepfakes pueden ser utilizados para atacar o dañar a personas, dejando profundas cicatrices en quienes los sufren. La desinformación alimentada por la IA puede socavar los cimientos de la sociedad, erosionando la confianza en lo que se ve y se oye y fomentando la polarización y el conflicto. Asimismo, la IA puede eliminar la necesidad de ciertas tareas que antes realizaban los seres humanos, lo que podría llevar a un beneficio desproporcionado para unos pocos a expensas del empobrecimiento de muchos. Además, si se utiliza para sustituir a los trabajadores humanos en lugar de acompañarlos, existe el peligro de que el trabajo humano pierda su valor en el sistema económico.
En síntesis, más allá del riesgo existencial que cae sobre el ser humano, pensar con seriedad, sin miedo y sin prejuicios en la Inteligencia Artificial es de gran valor, debido a su profundo impacto en la civilización humana, la ética y la propia comprensión de la humanidad. Este documento resalta que la IA no es una herramienta neutral, sino una creación humana que plantea preguntas fundamentales sobre nuestra identidad, responsabilidad y futuro. Tomar en serio todo lo que está en juego con la IA y su camino hacia la superinteligencia, es algo que debe tener en cuenta desde una perspectiva madura y evolucionada del cristianismo. En eso estamos.
Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Profesor asociado a tiempo completo del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM.