Según la Organización Mundial de la Salud, la salud mental es el estado de bienestar que se centra en la consciencia de las propias cualidades y los recursos personales para afrontar los factores estresantes de la vida cotidiana. También es el equilibrio afectivo entre lo personal y lo social durante las diferentes etapas de la vida del ser humano.
La salud mental es dinámica y se encuentra influenciada por diversos factores biológicos y físicos, también por determinantes sociales como la pobreza, la política, la violencia y las brechas educativas, entre otros. Esto genera experiencias que impactan en nuestra subjetividad, originando así, como se percibe el mundo interno y externo. A partir de ello elaboramos nuestras ideas, emociones y conducta, las cuales son esenciales para configurar nuestro bienestar integral. Gracias a ello podemos conocer y hacer los esfuerzos cognitivos y conductuales frente a las adversidades y tener vínculos sanos con los demás.
A lo largo de nuestra vida tenemos diversas experiencias que pueden impactar en nuestra salud mental, por ejemplo, situaciones inesperadas como la pandemia. Actualmente, datos en nuestro país como los señalados por el Instituto Nacional de Salud Mental Honorio Delgado – Hideyo Noguchi, nos alertan sobre la actual problemática emocional. La prevalencia de padecer algún trastorno mental a nivel nacional es de 33.7%. Es decir 1 de cada 3 personas podría padecer alguna dificultad que altere su salud mental. Por ejemplo, los casos que ha registrado el Ministerio de Salud en los primeros cuatro meses del año presente; 156 mil casos de ansiedad, 77 mil casos de depresión y 60 mil casos de violencia, entre otros.
Específicamente, en el espacio universitario peruano, el 38% de los estudiantes padecen de algún malestar emocional que impacta en su salud mental, principalmente con síntomas de ansiedad y depresión (Ministerio de Salud, 2020). Estos datos nos permiten reflexionar sobre las diversas circunstancias que vivimos a lo largo de nuestra vida. Es importante que cada sujeto desarrolle su capacidad de adaptación para hallar un equilibrio entre su afectividad y los factores del entorno.
Una adecuada salud mental permite el control y manejo del estrés, encontrar soluciones a las dificultades y mejorar nuestras relaciones interpersonales. Nos estimula a disfrutar de todas las cosas que realizamos y genera sensaciones y emociones agradables. Para lograr este bienestar necesitamos reconocer nuestras debilidades y fortalezas, además desarrollar autonomía y autocuidado, pero ¿cómo logramos una adecuada salud mental?
Alguna vez hemos escuchado sobre la espiritualidad y, probablemente, la asociamos con creencias religiosas con la motivación de encontrar respuestas y alguna satisfacción personal. Parece que despierta nuestra curiosidad por encontrar algo trascendente. Nos inquieta y motiva a buscar un sentido y un significado de vida. Es una experiencia individual y dinámica, puede cambiar según nuestro ciclo vital y situaciones que experimentamos, de ahí que existan, diversas concepciones.
Para Harold Koenig (2001) médico psiquiatra, la espiritualidad es una búsqueda personal para comprender, entender y darle un significado a nuestra vida que puede relacionarse con Dios o con la necesidad de trascender.
Los psicólogos Martin Seligman y Christopher Paterson (2004) consideran que la espiritualidad es el resultado interno que se constituye por diversas experiencias individuales y el significado que se les da a éstas. Es aquella experiencia que revela nuestra verdadera esencia y permite dar sentido a la vida, sin embargo, llegar a este punto de satisfacción puede ser complejo. Necesitamos movilizarnos a través de la incertidumbre y la angustia como señales de la experiencia.
Al acercarnos a la experiencia interna, las emociones se activan y se relaciona con hechos que hemos vivido o sufrido, al no saber qué sucede aparece la angustia y, probablemente, trataremos de evitar esa sensación o emoción desagradable. Asu vez, nos sentimos inseguros y limitados a lo que pueda suceder.
Esto puede comprenderse como una experiencia renovadora de nuestro Yo. Este Yo ayuda a tomar conciencia de nuestras sensaciones, sentimientos, pensamientos y acciones. A través del Yo construimos significados que permiten fortalecer nuestra identidad, seguridad y felicidad, con la finalidad de lograr una trascendencia para el bien propio y del otro.
Si la espiritualidad la asumimos como una renovación de nuestro Yo podemos confrontar nuestros miedos y hasta la desesperanza, para integrar nuestros aspectos biopsicosociales. Si bien es una experiencia individual que nos podría llenar de bienestar emocional, este impacto se puede trasmitir a los demás, a través de relaciones interpersonales saludables.
Con la práctica de la espiritualidad podemos encontrar esperanza; entendida como una motivación y emoción que impulsa a buscar posibilidades en nuestro futuro y procurar un valor positivo en nuestras decisiones. Es mirar hacia adentro y buscar nuestra verdadera esencia, lo logramos con ayuda de nuestra capacidad de autoconocimiento para intentar responder el quién soy, enfrentar a nuestro yo real y darle un sentido a la vida.
Entonces ¿Será la espiritualidad una experiencia para encontrar nuestro sentido de vida y cultivar adecuadamente nuestra salud mental? La espiritualidad parece que genera una visión diferente de la vida, es encontrarse con algo verdadero de sí mismo. En la actualidad parece utópico encontrar un significado verdadero de nuestro yo, vivimos en la constante prisa, es una necesidad de ganarle al tiempo y es imposible hacer una pausa para centrarnos en nosotros mismos. A menos que sucedan situaciones inesperadas como la pandemia que nos obliga a buscar nuevas alternativas para volver adaptarnos a las exigencias del entorno y llenar los vacíos que podría provocar esta angustia.
La espiritualidad nos podría alejar del vacío existencial, para darle una forma o sentido aquel sufrimiento presente, para esto Molla (2002) propone que el ser humano debe enfocarse en su bienestar físico, psicológico y espiritual. El primero, se centra en reconocer las sensaciones corporales, el cuerpo es tomado como un vehículo que conecta nuestra subjetividad con lo físico. El segundo, se basa en la conciencia de sí mismo, el descubrimiento de lo que verdaderamente somos, lo que sentimos y pensamos. Y, el tercero, el encuentro y aceptación del ser, expresado a través de nuestras actitudes, formas de afrontamiento y valores. Todo ello nos llevaría a satisfacer nuestras necesidades afectivas y alcanzar la autorrealización, entendida como el desarrollo personal y la felicidad.
La práctica de la espiritualidad como un estilo de vida podría favorecer en el replanteamiento de los intereses personales, mejorando las condiciones de vida de toda persona. Es un ejercicio que promueve el desarrollo de una actitud y emociones positivas. Nos ayuda en el reconocimiento de nuestro ser, redirecciona nuestro yo en medio de la angustia, del sufrimiento o de la tristeza. Facilita la revaluación de decisiones y metas. Se trata de mirar el pasado y conectarlo saludablemente con el presente. Víctor Frankl expresaba que hasta el sufrimiento tiene un propósito y que es la propia persona quien le da el significado y utilidad.
Cultivar la espiritualidad favorece la salud mental, es una herramienta valiosa para promover espacios de autocuidado en las escuelas, universidades, institutos y en otros sectores. Podemos empezar por buscar espacios individuales o grupales de autoconocimiento. La practica de la meditación o conciencia plena también nos invita al encuentro del Yo. Compartir espacio de reflexión con nuestros pares facilita la identificación y validación de nuestras emociones. Todo ello desarrolla la autonomía, la agencia y los recursos personales.
Artículo publicado en la Revista Ideele N° 301
Sobre el autor:
Rosa Isla Castillo