Si bien es cierto que el fenómeno de las barras bravas manifiesta problemas sociales muy profundos, otros países han tenido éxito en erradicar la violencia en sus estadios. Probablemente el caso más emblemático sea Inglaterra. Revisemos el Informe Taylor.
Desde hace por lo menos tres décadas el fútbol peruano padece una espiral de violencia fuera de control. Ante esta situación las autoridades no han constituido una respuesta contundente que permita abordar esta problemática. En el centro de dichos actos violentos se encuentran las denominadas “barras bravas”. Los psicólogos Arboccó de los Heros y O´Brien Arboccó (2013) indican que el concepto “barra brava” hace referencia a grupos organizados dentro de una hinchada de fútbol, que se caracterizan por producir diversos incidentes vandálicos dentro y fuera del estadio. De acuerdo con Panfichi (1999), el perfil del barra brava peruano es un niño o joven de entre 13 y 20 años de edad, de sexo masculino, con poca educación y sin empleo formal, provenientes de familias pobres con enormes necesidades básicas insatisfechas y terribles conflictos internos.
Con la excusa del fútbol los barras bravas o barristas comenten un sinfín de delitos, entre los que destacan la agresión física y verbal contra árbitros, jugadores, hinchas rivales y terceros ajenos al fútbol; a su vez entonan cánticos racistas, homófobos y misóginos. Sus agresiones más extremas pueden llegar a significar heridos e incluso muertos.
Y es que los ejemplos de dichos actos delincuenciales son abundantes y cada vez más violentos. En 1991, barristas de Universitario queman el bus que movilizaba a jugadores de Sporting Cristal en las afueras del Estadio Lolo Fernández. En 1997, muere un hincha de la U luego de una pelea con barristas del Boys. En el 2000, un niño es asesinado por una bengala en el partido entre la U y Unión Minas. El 2006 un vendedor de golosinas es muerto a puñaladas por miembros de la barra brava de Alianza Lima. En el 2008, una parte de la barra brava de Alianza balea a su par de Universitario con el saldo de un muerto y siete heridos. En el 2009, la joven contadora Paola Vargas es empujada por alias Bolón, desde una unidad de transporte público en movimiento, muriendo en el acto. En el 2011, Walter Oyarce es asesinado al ser lanzado desde el palco en el estadio Monumental, luego de un clásico entre Alianza y Universitario.
El último hecho violento ocurrió el pasado domingo 30 de octubre. En el distrito limeño de Jesús María fueron asesinados a balazos tres barristas presuntamente del equipo Alianza Lima. En otros países tragedias de esta envergadura supondrían medidas draconianas como la cancelación del torneo, la suspensión o desafiliación del equipo en cuestión y multas multimillonarias. No obstante, en el Perú la violencia está tan normalizada que todo continúa como si nada hubiera pasado.
Si bien es cierto que el fenómeno de las barras bravas manifiesta problemas sociales muy profundos, otros países han tenido éxito en erradicar la violencia en sus estadios. Probablemente el caso más emblemático sea Inglaterra. Durante la década de los 80, el fútbol inglés fue escenario de dos terribles tragedias (Heysel y Hillsborough). Ante esta situación, el gobierno de Margaret Thatcher ordenó una investigación para reducir el vandalismo en los estadios. Producto de esta investigación se presentaron una serie de medidas y recomendaciones, conocidas como Informe Taylor.
¿Cuáles fueron las principales medidas del informe Taylor? Destacan por su relevancia prohibir la venta de alcohol en los partidos y eliminar los espacios para espectadores de pie. De igual forma, se instalaron complejos métodos de videovigilancia y se controló al milímetro el ingreso a los recintos deportivos, poniéndose en marcha un sistema de abonos o carnets para identificar a los hinchas. Por si fuera poco, se implementaron castigos muy duros para cualquier clase de acto violento, que incluso contempla sanciones de por vida y se prohíbe que fanáticos violentos puedan estar cerca de un estadio antes, durante o después del partido.
A manera de conclusión, varias de las recomendaciones del informe Taylor son aplicables a nuestro contexto, especialmente el control que se tiene sobre los hinchas que ingresan a los estadios. Sin embargo, nuestras autoridades parecen indiferentes ante la violencia en el fútbol. No esperemos una nueva tragedia para recién actuar.
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Sobre el autor:
Alonso Cárdenas
Docente de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya