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29 mayo, 2023

[Artículo RPP] Ricardo Falla: Darse tiempo para conocer y crecer

El aprendizaje profundo de las cosas precisa de tiempo. Tiempo para meditar la experiencia vivida y extraer conclusiones de ella. Tiempo para formarse un juicio después de indagar en nuestros pensamientos, en la observación de la vida o en la lectura pausada de lo que nos interesa y motiva. Sin el tiempo adecuado, la información no se convierte en conocimiento.

En el Primer coro de la roca, uno de los poemas más hermosos y ricos de T. S. Eliot, el célebre poeta norteamericano se interroga: “¿Dónde quedó el conocimiento que hemos perdido en información?”. Es decir -según el premio nobel de literatura de 1948-, en el mundo moderno hemos errado al confundir el conocimiento con información. Los datos, referidos a hechos o a procesos, no necesariamente nos llevan a la gnosis, pues ésta – la gnosis- nos conduce hacia el saber y a la curación por medio del saber.  En una perspectiva profunda, el conocimiento posee una dimensión salvífica, pues nos auxilia para prevenir los “naufragios de la vida” (bella metáfora de Hans Blumenberg), dentro de la trama de la existencia humana entendida como una travesía. Con la información desmesurada, el “dataísmo”, no se forma una conciencia del mundo y de sí mismo. Pues la conciencia de uno, estar en el quicio, implica un proceso de asimilación e interiorización de ideas y de experiencias que sólo es posible si nos regalamos el tiempo para conocer.

Al final del prólogo de su obra “Aurora” (1886), el importante Friedrich Nietzsche nos ofrece una de las más bellas reflexiones sobre el papel del tiempo para el conocimiento de las cosas, elaborando una suerte de “elogio a la lentitud”. Cuenta Nietzsche que él asumía el acto de escribir como una labor paciente, donde se piensa cada palabra, al modo de un artesano; dándose el tiempo adecuado para elaborar sus reflexiones. De ahí que el “cantor de Zaratustra” nos invite a leerlo con paciencia, lentitud y con arte, es decir, desde “el arte de leer”. Pues, así como también hay un arte para escribir, también hay un arte para leer. “El arte al que me estoy refiriendo no logra acabar fácilmente nada; enseña a leer bien, es decir, despacio, profundizando, movidos por intenciones profundas, con los sentidos bien abiertos, con unos ojos y unos dedos delicados. Pacientes amigos míos, este libro no aspira a otra cosa que a tener lectores y filólogos perfectos. ¡Aprended, pues, a leerme bien!”.

Extrapolando estas reflexiones nietzscheanas a los distintos campos posibles del saber, ¿qué precisa este “arte de leer”’? Precisa de tiempo, de silencio interior y de la clara disposición para leer el mundo exterior y el universo interior. Darse tiempo para descubrir que en el acto del conocimiento consciente hay una dimensión salvadora y terapéutica, pues el saber profundo de las cosas nos protege del prejuicio, de confundir la falsedad con la verdad, de quedarnos en los peligrosos detalles sin reconocer la esencia de un asunto y de regodearnos en la superficie de los procesos y eventos. Para conocer/leer el mundo, se requiere de tiempo; tiempo para asombrase de ese conocimiento, para saborear ese conocimiento, para asimilar ese conocimiento e interiorizarlo. De ese modo el conocimiento sirve de guía a fin de conducirnos en la travesía de la vida.

En una dimensión utópica, lo mejor que le podríamos obsequiarle a un niño o a una niña, a los jóvenes, es todo el tiempo necesario para conocer las diversas capas de sus mundos, para que puedan indagar sobre sus búsquedas y los modos de encontrarlas.

Lea la columna del autor todos los lunes en Rpp.pe

Sobre el autor:

Ricardo L. Falla Carrillo

Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM

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