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15 julio, 2024

[Artículo RPP] Ricardo Falla: Inteligencia y realidad: experimentar la vida más allá de la narración

En ciertos ámbitos profesionales, es frecuente que algunos abusen de los usos retóricos de la palabra, a fin de imponer una postura o de convencer al otro sobre la rotundidad de sus opiniones o percepciones. Un efecto de este proceder es que, a menudo, no toma en cuenta el mundo de los hechos y las consecuencias de las decisiones sobre el mismo. ¿Qué entraña este procedimiento? Una clara enajenación de la realidad, que ocasiona grandes dificultades.

A muchos nos ha ocurrido situarnos delante de un interlocutor, que está dispuesto a persuadirnos que tiene la razón y que lo que defiende o expone es “la verdad” en términos argumentales, sin considerar si aquella elaboración, aparentemente rigurosa, se corresponde con los hechos. Por fortuna, la experiencia nos puede formar para darnos cuenta si aquel discurso es consistente en términos fácticos y efectivos, o no es más que una elaboración ingeniosa, pero vacía de sentido y carente de verificación efectiva.

También, la experiencia crítica nos forma para identificar aquellas “narrativas”, que tienen asidero en la realidad o no son más que fabulaciones, en la que se “construye un mundo” retórico, ajeno a los hechos y a la observación objetiva de las consecuencias de las acciones. El problema es mayor cuando muchas decisiones personales o institucionales se toman sin asumir la existencia del mundo fáctico y de los agentes que interactúan en él. Pues al negarse el plano real, quedándose en el decorado retórico, se ocasionan enormes distorsiones que producen un daño inconmensurable a los sujetos y a las instituciones.

No hay que olvidar, que la inteligencia humana evoluciona críticamente en una relación efectiva con la realidad, extrayendo un saber confirmado por la contundencia de los hechos. En cambio, si la inteligencia se desarrolla solamente en el plano retórico y argumental de la palabra ensimismada, corre el riego de enajenarse. Y, por lo tanto, de forjar un mundo ajeno de lo que ocurre en la vida, en la familia, en la institución y en la sociedad. En esa situación dramática, la narrativa enajenada nos distancia del mundo, haciéndonos muy peligrosos para los demás.

De ahí que llegue a ser muy preocupante que en ámbito académico y profesional se haya instalado una orientación intelectual que sustituye la realidad por la narratividad, la observación razonada de la experiencia por los juegos retóricos del lenguaje. En esa pérdida de consistencia y rigurosidad racional se toman muchísimas decisiones, sostenidas en el parecer subjetivo, en la opinión o en artilugios lingüísticos, a veces fantásticamente ornamentados, pero sin sustancia, sin rigor, sin tomar en cuenta los hechos y procesos objetivos. Encerrar al conocimiento en el plano retórico argumental es, probablemente, uno de los peores efectos de ciertas orientaciones académicas, pues se hace creer a los más incautos que la enunciación ingeniosa y convincente sustituye al rigor, a la crítica, a la demostración experimental.

¿Cómo superar el constructivismo retórico en la academia? Pues enfrentándose a él, desnudando sus falencias desde el plano fáctico y transformado dicha retórica en objeto de análisis exhaustivo. Asimismo, demostrar que la charlatanería nos conduce a la locura práctica, puesto que nos dirige a la enajenación, donde la domina la desinteligencia. Y, en el largo plazo, considerar con seriedad qué disciplinas están en el plano crítico racional y cuales se mueven en el terreno de la fantasía y el mito. Como hace 25 siglos la lucha contra los sofistas sigue siendo necesaria.

Sobre el autor:

Ricardo L. Falla Carrillo

Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM

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