Las recientes elecciones generales en Italia evidenciaron una tendencia creciente en Europa: el viraje de una parte importante del electorado hacia un nacionalismo identitario conservador. Sin embargo, más allá de los temores, es importante identificar las causas, a fin de extraer conocimientos que nos permitan entender el nuevo mundo que se está gestando en la presente década.
Italia es un país con una experiencia cultural sobrecogedora. Su territorio no sólo fue uno de ejes fundamentales en donde se desarrolló la civilización mediterránea antigua y medieval, tanto en su fase romana como cristiana. También, fue uno de los centros del humanismo, del renacimiento y de la revolución científica. Asimismo, según la región y antes y después de su unificación en el siglo XIX, fue el lugar en donde florecieron diversas manifestaciones artísticas y literarias con creadores de primer orden, tantos, que sería imposible realizar una lista que haga justicia. Al extremo, que el gran Wolfgang Goethe, recomendaba “hacer la Italia” alguna vez en la vida a todo aquel que estuviera interesado por interiorizar la experiencia de la belleza.
Sin embargo, en aquella impresionante cultura surgió uno de los movimientos políticos que más repercusiones tuvo alrededor del mundo: el fascismo. En efecto, en Italia, luego de la terrible primera guerra mundial se originó y desarrolló la experiencia de uno de los grandes totalitarismos del siglo XX bajo la guía ideológica y política del inclasificable Benito Mussolini. ¿Por qué “inclasificable”? Porque la “ideología fascista” en vez de ser una doctrina con principios claramente distinguibles (como el nazismo), fue una mezcla de ideas muy particulares de nacionalismo romántico, socialismo populista, capitalismo nacional corporativista, tradicionalismo religioso antimoderno y futurismo artístico y técnico. De ahí que algunos autores hayan considerado al fascismo como un “estado de ánimo” rabiosamente contrario al liberalismo, a la socialdemocracia y al comunismo por considerarlos cosmopolitas y disolventes de los valores patriotas y familiares. Esta extraña yuxtaposición de elementos que componen la “sensibilidad fascista” es lo que hace que muchas veces se adjetive de “fascista” a un grupo de manifestaciones reactivas y temerosas de los progresismos de origen ilustrado: el liberalismo y el socialismo marxista. Así, desde 1922 hasta el fin de la segunda guerra mundial Italia estuvo bajo el dominio del fascismo, dejando una huella de desolación moral poca conocida y entendida en su real magnitud.
Luego de esta guerra, la experiencia política italiana fue muy particular. Pues se instituyó como una democracia occidental representativa, de valores liberales, pero con una presencia importante del Partido Comunista Italiano (PCI). Cómo habrá sido de significativo el comunismo en Italia que, por décadas, fue la segunda fuerza electoral, con altísimas votaciones, sobre todo en 1976 y 1984, cuando alcanzó un impresionante 34 % bajo el liderazgo de peso de Enrico Berlinguer. ¿A qué se debió el éxito del comunismo italiano? A muchos factores, sin duda. Pero uno de ellos es que el PCI supo distanciarse paulatinamente de la tutela soviética, aceptó estar bajo reglas del constitucionalismo democrático y optó por ser un partido centrado en los de los trabajadores. Y desde esa posición política, proponer una serie de reformas laborales y sociales que ayudasen a elevar las condiciones de vida los menos favorecidos. De ahí que la presencia del PCI fue vital en la construcción del estado de bienestar italiano, haciendo causa común, según sea el caso con los demócratas cristianos y los socialdemócratas de aquel país. La autonomía de la agenda política del PCI y su historia motivaría un examen más largo.
Sin embargo, muchos consideran que el PCI cometió un error histórico cuando en 1990, tras la desaparición del bloque socialista en Europa del Este, Achille Occhetto, líder de PCI, anunció la desaparición de dicho partido en consonancia con los tiempos y su conversión al Partido Democrático de Izquierda, de tendencia socialdemócrata. Según los críticos de Occhetto, los comunistas italianos no debieron cargar con los fracasos de socialismo soviético pues la experiencia italiana había sido muy diferente a la bolchevique. Según estos críticos, el PCI había tenido un propio ideólogo de primer orden, Antonio Gramsci, quien le había dado desde el principio una identidad doctrinal en medio de las luchas políticas contra el fascismo en las décadas del 20 y 30. Además, el PCI al ser parte del eje “eurocomunista”, había aceptado las reglas de la democracia liberal y desde ahí luchó por mejorar las condiciones de vida de quienes debía defender: los trabajadores. En perspectiva, la “autoliquidación” del PCI dejó sin representación política a un grupo importante de la sociedad. ¿Cómo llenar aquel vacío?
Es evidente que desde los años noventa la globalización económica conducida por la alianza trasatlántica ha ocasionado innumerables consecuencias en los ámbitos sociales y culturales. Muchas de los cuales han afectado directamente a quienes reciben prestaciones en Europa. Asimismo, la presencia masiva de migrantes se ve como una amenaza real en el ámbito laboral. Adicionalmente, los viejos partidos de “trabajadores” (socialistas, socialdemócratas) han cambiado de agenda hacia temas que no afectan el funcionamiento del sistema económico de manera visible como los de género, el derecho de las minorías sexuales o el medioambiente. Así, un importante grupo de la “democracia de masas” de países como Italia se ha quedado al garete. ¿A dónde giran? Hacia aquel discurso que empatiza con su propia desestructuración.
El relativo triunfo de Giorgia Meloni no es más que un eslabón a la cadena de desencanto, ira y de fragilidad que está sumiendo a Europa a una potencial crisis de niveles insospechados. El cinismo – italianísimo- con el que han sido tomados los resultados del 25 de septiembre por algunos italianos puede ser un escapismo. Sin embargo, no olvidemos que este 2022 se cumplen un siglo de la “Marcha sobre Roma” que llevó a Italia y luego, al mundo, a uno de sus episodios más oscuros. ¿Lecciones para el Perú? Innumerables.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM