Muchos atestiguamos habernos encontrado ante interlocutores que, sin mayor empacho, tachan a autores que no han leído en lo más mínimo, o que, simplemente, asumen las críticas de otros, difundidas sin rigor por las innumerables plataformas digitales. El peligroso efecto de esta práctica es que extienden los prejuicios y se alienta la censura desde la ignorancia. En ese sentido, si queremos cuestionar las ideas de un autor, lo justo es que leamos sus obras con objetiva disciplina.
La lista de pensadores, intelectuales y científicos, que han sido cuestionados sin ser leídos con seriedad, es muy larga. Tan extensa, que podríamos elaborar un diccionario sobre las inexactitudes y mentiras vertidas sobre los mismos. Las consecuencias de este nefasto hábito, se observa en la ligereza con la que muchos aceptan ideas erróneas, parciales o muy limitadas, sobre un autor. Lo peor es que, desde esa liviandad querida y asumida, se forman opiniones generalizadas, que terminan desdibujando el talante de una obra.
Entre los menos leídos y muy criticados, se encuentran pensadores como Adam Smith o Karl Marx. El primero, acusado de fomentar un egoísmo desalmado, a partir de la limitación estatal, y desde la confianza irracional en la “mano invisible” como fuerza equilibrante de la economía. Esta crítica malintencionada, no tomó en cuenta la razón principal de la obra del célebre filósofo y economista escocés, que fue explicar – con los saberes de su época-, qué es lo que hace que existan naciones más ricas que otras, identificando factores objetivos que hacen posible el enriquecimiento de una sociedad. El segundo, Marx, denunciado como el responsable del ateísmo materialista más militante, y de la muerte de millones de humanos desde su propuesta de una “lucha de clases” violenta y programada. Este cuestionamiento poco serio, no advirtió que el objetivo del pensador alemán era explicar el conflicto social a partir de los intereses grupales (sociales), y de qué manera la conciencia humana se forma a partir de la relación que ésta establece con el contexto histórico económico. El ser humano se hace a si mismo en el trabajo y en ese proceso modifica la sociedad y la naturaleza. Por otra parte, es obvio que Smith y Marx proponían visiones ideales de la sociedad, las mismas que sumaron adeptos en sus respectivos lados del espectro.
Otro autor muy cuestionado y poco leído por sus críticos, ha sido Friedrich Von Hayek. Se le ha acusado de haber ocasionado al “neoliberalismo” y, a partir de sus ideas, favorecer el establecimiento de un orden económico sustentado en el más cruel individualismo. Esta lectura parcial no toma en cuenta la crítica que Hayek hizo a las concepciones teórico sociales “constructivistas”, las mismas que socaban el principio de colaboración humana, que, según Hayek, se sostiene desde un orden espontáneo de asistencia social. Otro autor muy mencionado por muchos críticos, sin ser contextualmente leído, fue Antonio Gramsci. En una lectura tendenciosa, se asumirá que la lucha por el control de la cultura, desde una perspectiva socialista, es una finalidad per se de esta ideología. Sin embargo, se deja de lado que Gramsci quería explicar que cualquier hegemonía, sea liberal, fascista, socialista, etc., busca establecer un control hegemónico en el ámbito de las ideas. Y desde ahí, realizar cambios.
La lista de autores cuestionados sin ser leídos sin rigor es inmensa. Pensemos en los prejuicios que aún se tienen sobre pensadores como Platón, Aristóteles, San Agustín, Maquiavelo, Hobbes, Rousseau, Burke, Hegel, Nietzsche, Foucault, etc. Incluso sobre Mariátegui, Haya, Riva Agüero o Salazar Bondy. Por ello, si queremos realmente cuestionar la obra de un intelectual, vayamos a la fuente; leamos con seriedad contextualizadora sus ideas. Y desde ese ejercicio, saquemos “el látigo de la crítica”. Si eso no es posible, parafraseando a Wittgenstein, “de lo que no se puede hablar es mejor callarse”.