Dos frases pueden sintetizar el tránsito peculiar de los valores culturales: “sapere aude” y “be your self”. La primera, insta a autoconstruirse como sujeto ilustrado. La otra, a la edificación autoindulgente y narcisista de la individualidad ¿Cuánto habremos perdido al mirarnos en demasía el ombligo?
Durante la contracultura norteamericana de los años sesenta, llegó al clímax propagandístico el imperativo libertario “sé tú mismo” (“be your self”) como una forma de reivindicar, en clave individual, un conjunto de valores contrarios al férreo conservadurismo anglosajón protestante. La frase, “be your self ”, era el grito de batalla de quienes ponderaban, sobre todas las cosas, el culto a la autenticidad personal frente al comunitarismo conservador, de raíces tradicionales y religiosas. Así, las posibilidades de exploración de la vida individual se potenciaron como nunca y se expandió por los cuatro puntos cardinales. No era para menos. El capitalismo de consumo encontraba en aquel individualismo contracultural las bases de su repotenciación, pues se unían las estrategias de seducción del mercado personalizadas con el deseo de diferenciación subjetiva. Y era paradójico. Pues la contracultura de aquellos años se consideraba, en términos generales, “antisistema” y en abierta oposición a los valores oficiales y dominantes. Como siempre, los caminos de la cultura son extraños y se desconoce el derrotero final de una serie de creencias y de prácticas.
Ciertamente, tras más medio siglo de repetir de diversas maneras, que no hay nada mejor e importante “que ser uno mismo”, las prácticas sociales y políticas, en diferentes culturas, han experimentado una notable influencia de esta creencia ideológica hegemónica. Al extremo, que las actuales tendencias progresistas o conservadoras, reclaman para si el derecho absoluto a la individualidad autocomplaciente. Incluso, las izquierdas y derechas de nuestros días, se encuentran unidas por ese “vaso comunicante”, que adquiere forma en los más variados discursos, desde la literatura de “autoayuda”, la narrativa “emprendedora”, hasta los identitarismos de diverso signo.
Por ello, sin caer en reduccionismos, una parte importante de las posturas desenfrenadas de nuestros días, podrían tener su explicación en la generalización paroxística de la cultura del “¡sé tú mismo!”. En efecto, a partir de la autoafirmación de la personalidad incomparable y de la ausencia alarmante de una estructura interior que sirva de guía conductual, se olvida la necesaria valla moral que requieren nuestras acciones. Pues “be your self”, sonó y sonará siempre atractivo. Pero, sin reflexión ética, puede convertirse en un alarido nihilista y en un salto al vacío; donde todo cabe, donde todo es posible, donde no hay nada bueno y justo que admirar.
Immanuel Kant, hace unos 240 años, sintetizó al espíritu de la ilustración con una frase que ha atravesado el tiempo, pero que languidece en nuestra época: “¡Sapere aude!”. Con ello, el célebre filósofo alemán proponía una salida lógica ante el reto de secularización de la moral y de la política, que se había iniciado en el “Siglo de la Luces”. Sin un “dios” que tutele el orden sociopolítico, al sujeto le correspondía legitimar los asuntos públicos desde su conciencia. Así, “atreverse a saber”, era el llamado a formar, desde la decisión, una subjetividad ilustrada en lo ético, en lo político y lo científico. El llamado kantiano tenía sentido. Pues el sujeto sin contenidos interiores, arrojado sin alguna idea de sí y del mundo, podría convertirse es un monigote carente de norte e incapaz de entrar en diálogo con los otros. Por ello, quizás las nuevas generaciones ya estén en capacidad de evaluar el derrotero de algunas tendencias socioculturales y reorientarlas para reelaborar el proyecto inconcluso de la modernidad.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM