Existen claras evidencias que el mundo tal como lo vivimos desde finales de los años ochenta ha llegado a su término. La última era globalización liderada por occidente, caracterizada por la interpretación liberal de la democracia y por diversas versiones del libre mercado, se diluye mientras se anuncia otra situación ¿Estamos ante nuevo mundo o ante uno de los tantos retornos?
A mediados de la década de los setenta, dos economistas muy asociados al “conglomerado liberal”, Friedrich Von Hayek (1899-1992) y Milton Friedman (1912-2006), resultaron ganadores del Premio Nobel de Economía en 1974 y en 1976 respectivamente. En momentos que la crisis del petróleo, la estanflación, los enormes desequilibrios y la crisis de la deuda externa evidenciaban el final del ciclo económico posterior a la SGM: la era del capitalismo subsidiado. Era el momento de “echar mano” a las “virtudes del egoísmo” (Rand) y las “virtudes burguesas” (Mccloskey) a fin de generar un nuevo ciclo de prosperidad. Las causas que habían llevado al mundo al “fin de laissez faire” tras el crac de 1929, podían ser evitadas, pues sabíamos mejor cómo funcionaba la economía y de qué era capaz si desataban las fuerzas mercado. Así, ambos premios nobel fueron el preludio de lo que en los años ochenta se fue aplicando.
La “guerra” ideológica contra el intervencionismo estatal marcó aquella década de transición. La misma que terminó con el triunfo del capitalismo sobre el socialismo. Pero no de cualquier versión del capitalismo, sino de su versión más libre y desregulada. Los partidarios de Hayek podrían “sacarle la lengua” a los acólitos de Keynes: la catalaxia de los austriacos fue más eficaz al momento de regenerar la sensación prosperidad en las sociedades occidentales. Occidente había sido liberal en lo político, pero no en lo económico. Asimismo, la sagrada “trinidad” liberal (Gray) – democracia, derechos humanos y economía de mercado- alcanzaba su triunfo frente al fracasado totalitarismo estatista.
Sin embargo, la globalización demoliberal fue experimentando una serie de crisis que fueron cada vez más profundas. La última de ellas, la de 2008-2009, casi termina con esa era de prosperidad, y anunciaba las limitaciones de las “virtudes del egoísmo”, sobre todo cuando se trataba de los mercados financieros. A fin de evitar una debacle similar a la de 1929, los estados resolvieron el problema de la quiebra privada hipotecando el futuro con recursos públicos. El “ogro filantrópico” (Paz) salvó a la economía. Además, el “dragón” chino cumplía su función de locomotora del mundo en la última fase de la globalización y permitía sostener el espejismo. Hasta que Trump y la derecha nacionalista de los Estados Unidos llegaron a la conclusión de que la supuesta época liberal de la globalización (1989-2016) había beneficiado fundamentalmente a China. Era el momento de iniciar una guerra comercial a escala mundial contra aquellos que se habían favorecido con las ventajas del comercio libre internacional y de la estabilidad económica, el mismo que habría perjudicado a EEUU y a otras naciones de occidente.
Por décadas, el manejo científico de la economía había logrado ordenar y estabilizar las finanzas públicas de las sociedades emergentes, creando condiciones para que se acumulen recursos a fin de invertirlos socialmente. Asimismo, se habían consolidado sectores medios gracias una extensa movilidad social debido a factores múltiples. Además, al proliferar otras alianzas comerciales al margen de la lideradas por occidente, cada vez más naciones intentaban establecer formas alternas de beneficiarse de la globalización desregulada. La paradoja era clara: occidente había propiciado la globalización librecambista y ahora ésta afectaba sus propios intereses. ¿Cuál era la agenda? De pronto, incentivar el desorden ahí donde el orden y la estabilidad estaba dando sus primeros frutos positivos. ¿Cómo? Alentando indirectamente los conflictos locales irresueltos hasta que se desbaraten los pequeños logros económicos y sociales. ¿Con qué fin? Terminar con potenciales competidores. Al fin y al cabo, la mejor forma de controlar sociedades es fomentar el caos en ellas. Lo ocurrido en América Latina en los últimos cinco años es algo que algún día se sabrá con mayor nitidez.
Más allá del gigantesco impulso tecnológico, luego del rescate del 2008-09, la economía global no fue la misma. La dependencia de los recursos públicos se hizo cada vez notoria. La misma que manifestó toda su evidencia durante el bienio pandémico (2020-21). A fin de evitar una depresión económica descomunal, todos los estados del mundo utilizaron recursos públicos para mantener viva la actividad productiva. Esta práctica no ha terminado. En el actual escenario de guerra mundial, los capitalismos nacionales se ven obligados a subsistir gracias a los recursos de sus estados. Ya a nadie le ocurre recuperar las “virtudes del egoísmo”. ¿Qué indica todo esto?
Los actuales premios nobel de economía, Ben S. Bernanke, Douglas W. Diamond y Philip H. Dybvig, quienes estuvieron teóricamente detrás del rescate 2008-09, nos anuncian que nos hallamos ante el fin de una era, la era del capitalismo global del libre mercado y el retorno a la era del capitalismo subsidiado. Lo que implica el retorno de bloques geopolíticos y geoeconómicos multipolares. Las características de este regreso aun están por verse, pues el horizonte de la actual guerra aun oculta el futuro.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM