Necesitamos aliviarnos el dolor en comunidad, acortar las distancias academicistas y ser más comunitarios en la construcción del conocimiento colectivo a partir de las experiencias, que las voces se desplieguen sin necesidad de prender un micrófono.
El año académico 2022 inicia en escuelas, institutos y universidades, y el entusiasmo es mayor en estudiantes y docentes que retornan a la semi o presencialidad y menor entre quiénes permaneceremos en la virtualidad como en mi caso, que por dos años solo pude establecer contacto con cientos de estudiantes a través de videoconferencias. De algunos puedo recordar sus rostros encuadrados en las plataformas de clase, pero en la mayoría de casos solo escuché sus voces que ahora se disipan en mi memoria con el transcurrir del tiempo.
Muchos docentes en todos los niveles nos hemos adaptado a los canales virtuales y al uso excesivo de wasap que se convirtió en herramienta de apoyo para las clases, en cierta manera nos hemos reinventado aprendiendo en el camino, capacitándonos de manera continua para innovar pedagogías, y poniendo el mayor esfuerzo por sostener la atención y la motivación de los estudiantes, sin contar los ánimos que subían y bajaban dependiendo de las cifras de contagios y decesos y del apoyo extra para estudiantes enfermos o cuidadores de sus familiares. Por otro lado, ha hecho posibles encuentros impensables desde distintos puntos del país y del mundo gracias a la conectividad a través de celulares y computadoras, y con ello el ahorro en gastos de traslado, transporte público, alquiler de viviendas, materiales, copias, etc.
No obstante, las situaciones vividas por estudiantes y docentes han sido diversas, sabemos bien que las desigualdades en conectividad y equipamiento fueron crudamente expuestas por la pandemia generando brechas de aprendizaje que requerirán largo tiempo para ser cubiertas, sin embargo, somos conscientes que para buena parte del estudiantado peruano se trata de pérdidas irrecuperables por más flexibles que hayan sido los sistemas de evaluación y los soportes complementarios para el estudio autónomo. En la necesidad de sostener el funcionamiento del sistema educativo durante la pandemia, las instituciones buscaron la forma de apoyar, aprobar y promover a sus estudiantes. Pero ¿Los estudiantes habrán logrado lo esperado? ¿Se sentirán satisfechos con lo aprendido? Me temo que no es así en la mayoría de los casos.
Sin desmerecer la riqueza que la experiencia de educación virtual nos ha traído, es importante señalar que transitar por la educación es mucho más que aprender. La proximidad entre estudiantes y de estos con sus docentes genera vínculos potentes a partir del diálogo, la discusión, la improvisación de temas, pero también a partir de la mirada, el abrazo, la sonrisa y todas las interacciones en respeto que son posibles cuando estamos cerca y que favorecen directamente los procesos de aprendizaje. Por delante nos quedan enormes desafíos para un reencuentro presencial saludable, amable y cariñoso y a la vez hacer posible que la virtualidad nos permita más proximidad. Necesitamos aliviarnos el dolor en comunidad, acortar las distancias academicistas y ser más comunitarios en la construcción del conocimiento colectivo a partir de las experiencias, que las voces se desplieguen sin necesidad de prender un micrófono y encontrarnos tal cuales entre todos sin que medie una cámara. Sigamos aprendiendo.
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Sobre el autor:
Rossana Mendoza Zapata
Docente de la Escuela de Educación de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.