El debate crítico se aviva en donde tiene condiciones favorables. Si ocurre lo contrario, muere o queda limitado a espacios muy reducidos. Para muchos, la vida intelectual se encuentra ante un nuevo ocaso. Sin embargo, ¿sobrevivirá a su último enemigo: la burocracia del pensamiento?
En una célebre entrevista realizada por Bryan Magee a Isaiah Berlín, el filósofo letón recordaba con contundencia una de las razones de ser de la filosofía: la necesidad de cuestionar las creencias asumidas sin mayor examen crítico a fin de mantener vivas a las sociedades, pues éstas mueren o se estancan si el pensamiento examinador es aplastado por las distintas dogmáticas. De modo que la filosofía o cualquier otra manifestación crítica del pensamiento, poseen un enorme valor social y político: alertar sobre los riesgos que provienen de los prejuicios, los estereotipos, las supersticiones o cualquier idea acrítica que se forman en las sociedades.
No obstante, este meritorio papel crítico de los pensadores, se ha encontrado en constante peligro desde sus orígenes históricos. Amenazados por castas religiosas, políticas y económicas, los intelectuales han debido aprender a sobrevivir a ecosistemas que muchas veces les han sido hostiles y en los que lograron, a pesar de esas limitaciones, producir una obra y ejercer influencia sobre sus contemporáneos. En ese sentido, la doble lectura de dos libros del historiador de las ideas, Peter Watson, Ideas. Historia intelectual de la humanidad (Crítica, 2010) y La edad de la nada (Crítica, 2014), nos ofrecen un marco integral de informaciones sobre la odisea intelectual de la humanidad en diversos escenarios históricos y geográficos. Y, asimismo, el modo cómo -sobre todo en los últimos dos siglos y medio- los intelectuales fueron decisivos para configurar el mundo secular y plural de los últimos tiempos. De ahí que, desde la Ilustración hasta parte del siglo XX, la presencia pública de los pensadores haya sido decisiva en muchos sentidos.
Sin embargo, en las últimas décadas hemos asistido al paulatino ocultamiento de la presencia de los intelectuales en la escena pública, ocasionando, con ello, la casi extinción del debate crítico en muchas áreas de la vida social. En ese sentido, ¿Qué fue de los intelectuales? (Siglo XXI, 2015), del historiador italiano Enzo Traverso, desde el agradable género de la entrevista de ensayo, nos ofrece una completa reconstrucción sobre el papel de los intelectuales desde el Siglo de las Luces hasta los años setenta del siglo pasado. Época en la que se inicia un declinar sostenible sobre su participación en la esfera pública, siendo sustituidos por una variedad de tecnócratas de diversas formaciones y orientaciones. En efecto, en la estructura social y cultural concebida por las tecnocracias, el universo de lo teórico discursivo y el debate crítico que le es consustancial, es asumido como una “pérdida de tiempo” o una “discusión problematizadora sin utilidad”. De ahí que se desprecie la función crítico-teórica de los intelectuales a favor de visiones operacionales y, por lo tanto, empobrecidas.
En esta “guerra” contra el pensamiento crítico, la transmutación de muchas universidades, de instituciones de formación académica e intelectual a centros de instrucción en competencias y capacidades operacionales, ha sido fundamental. En este viraje hacia una visión instrumental y fragmentaria del saber, los estados han ido estableciendo requerimientos técnicos que, en vez de fomentar la especulación abierta y la aparición de conocimientos innovadores, conducen a la burocratización de ejercicio del pensamiento. De ahí que ya no se investigue por interés en el saber, sino para alcanzar un indicador de evaluación burocrática. Esta situación adquiere dimensiones dramáticas en países cuyos cimientos de pensamiento crítico han sido muy frágiles. De ahí que las perspectivas burocráticas del ejercicio académico se acepten sin la mayor examinación.
En ese escenario de control burocrático sobre el ejercicio del saber, la función social y política de los intelectuales ha quedado claramente debilitada. Siendo uno de sus efectos más nocivos, el deterioro de la calidad del debate público sobre cuestiones fundamentales. Pero este deterioro no solo se observa en el debate sobre público. Se le puede observar al interior las instituciones, incluso universitarias, en donde cada vez son más dominantes las perspectivas superficiales y operativas. En este peligroso empobrecimiento del pensamiento crítico, gracias a la burocratización microtécnica, está la “muerte paulatina” de una sociedad. Y esto no está viendo. Porque sin el movimiento crítico del pensamiento no son visualizados los problemas profundos que se forman al interior de la misma ¿Volverán los debates intelectuales sobre asuntos fundamentales? Eso depende de innumerables variables y de cuán interesada está una sociedad en persistir y evolucionar.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM