El distanciamiento social establecido como necesaria medida preventiva ha obligado a los centros de enseñanza de todos los niveles a optar por las clases virtuales para no interrumpir el año lectivo ¿Dará resultados la educación remota? ¿Qué se pierde y qué se gana frente al paradigma tradicional, presencial?
La educación tradicional siempre privilegió la interacción directa entre maestros y alumnos. Desde la más incipiente adquisición del lenguaje por parte del infante hasta la apropiación de las destrezas más sofisticadas para su uso eficaz en las formas más abstractas y elaboradas del pensamiento científico, la educación tradicional privilegiaba la transmisión oral como vehículo idóneo y adecuado para que la persona en formación desplegara sus talentos y capacidades. Hubo un tiempo en que la formación humana y la formación técnico-científica iban de la mano.
Si uno mira hacia la cultura antigua con ojos atentos, encuentra que la estructura del diálogo formativo está perfectamente descrita y explicitada tanto en los textos de Platón, en Grecia, como en los Upanishad de la India: en ambos casos se ve que maestro y discípulos intercambian palabras para apoyarse mutuamente en una búsqueda solidaria de la verdad. Maestro y discípulos dialogan, además, con la consciencia clara de que hacerlo es necesario construir el saber de una forma crítica, libre y desprejuiciada. Dialogan porque buscan el saber y porque ese diálogo es ya una forma de salir de la ignorancia, de contener el escepticismo y de sepultar el dogmatismo, es forma extrema de la ignorancia recalcitrante.
La universidad moderna nació, asimismo, de la recuperación de ese diálogo: se comprendió bien que el saber no es algo que esté allí como el fruto maduro de un árbol, disponible y al alcance de la mano para simplemente tomarlo y satisfacer el apetito de sabiduría, sino que el saber es el resultado de un esfuerzo y un trabajo consciente, tedioso y disciplinado. Los historiadores de la ciencia afirman que labrar el saber que se descubre en el proceso de aprendizaje siempre ha sido el objetivo de la ciencia, desde sus más remotos orígenes.
El aprendizaje a través de la palabra hablada, escuchada y replicada garantizaba la transmisión directa del conocimiento que se iba descubriendo progresivamente a medida que se fortalecían y apuntalaban las capacidades humanas. No se trata de otra cosa que de personas formando humanamente a otras personas. Y fue así, pues, que durante siglos el saber se conservó y se transmitió de generación en generación. La escritura, sucedáneo de la tradición oral, sirvió al propósito de conservar y facilitar la transmisión por espacios y tiempos más prolongados: cartas y libros permitieron que el saber recorriera grandes distancias antes de la globalización.
Visto así, la educación a distancia es un invento reciente que anidaba en el sistema educativo fundado sobre la base del paradigma clásico y plenamente vigente, aunque puesto en suspenso por ahora. En las últimas semanas la educación a distancia se ha intensificado en su modalidad virtual a causa de la COVID-19: de momento se ha convertido en la nueva norma. No sabemos hasta cuándo. Es un experimento inédito en la gran escala en que se viene aplicando. No sabemos si tendrá los resultados esperados. Se echa de menos el aula física. Pero no hay que olvidar que la formación humana, en el fondo, es autodidacta.
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Sobre el autor:
Soledad Escalante
Docente principal de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanasen la Universidad Antonio Ruiz de Montoya